No se extrañe si entre tanta Cataluña, tantos procesos contra la corrupción, y una sucesión inagotable de execrables casos de violencia, ha pasado por alto que este año 2018, precisamente este que acaba de comenzar, fue designado el pasado 17 de mayo por aprobación del Parlamento Europeo y el Consejo de la Unión Europea como primer Año Europeo del Patrimonio Cultural. Y digo que no se extrañe porque tampoco veo que desde los distintos medios de comunicación se le esté dando el bombo y platillo que merece algo tan necesario, esperado y oportuno como es la iniciativa de poner el foco durante todo un año en un Patrimonio Cultural europeo que, siendo de manera inequívoca la argamasa que nos une a 750 millones de almas en un amplio sentido de pueblo, con mayor frecuencia de la deseada es diseccionado y mal utilizado en porciones sin otro fin que satisfacer retrógrados nacionalismos dirigidos a particulares intereses políticos o de poder. Se equivocan aquellos que lo pretenden seccionar. El Patrimonio Cultural europeo es diverso y apreciable en esa diversidad, pero no divisible. Europa en su totalidad ha sido núcleo, raíz y motor de lo que hoy denominamos mundo occidental. El «viejo continente», el decano de la interconexión mundial, la cuna de la globalización. Su Patrimonio Cultural puede ser colorido en sus matices pero uniforme en su textura. La movilidad interna que por distintas causas han ejercido sus habitantes a través de los siglos, ha intercambiado y difundido a todos sus rincones etnias, valores, conocimiento y acervos culturales surgidos de distintas fuentes con orígenes greco-romanos, germanos, eslavos, escandinavos, celtas o árabes. Acerca de esto, y sin entrar en profundidades etnológicas, hallamos a modo de muestra sencilla algunos ejemplos próximos como el hecho de que podamos reconocer nuestros patios cordobeses a lo largo de todo el Mediterráneo como solución arquitectónica y estilo de vida, o que la Danza de los Locos y del Oso de Fuente Carreteros que se puede disfrutar en esa localidad cada 28 de diciembre encuentre demasiada similitud con representaciones del folclore centro-europeo, o que el bacalao en salazón, uno de los pilares de nuestra gastronomía ofertado popularmente en la mayoría de nuestras tabernas, tenga un remoto origen vikingo aunque se haya difundido por toda Europa y logrado perdurar hasta nuestros días. En definitiva, y como expone la propia declaración, la motivación para celebrar este año no es otra que «fomentar el intercambio y la valoración del patrimonio cultural de Europa como recurso compartido, sensibilizar acerca de la historia y los valores comunes y reforzar un sentimiento de pertenencia a un espacio europeo común». Y para ello fija los siguientes objetivos generales: «fomentar y apoyar la labor realizada por la Unión, los Estados miembros y las autoridades regionales y locales, en colaboración con el sector del patrimonio cultural y con la sociedad civil en sentido amplio, para proteger, salvaguardar, reutilizar, realzar, valorar y promover el patrimonio cultural de Europa». Una lista de acciones que deberían entrar en lo habitual y cotidiano más que como proposición de objetivos para la ocasión. Por este motivo y sumándonos a ello, a esta Córdoba nuestra Ciudad Patrimonio de la Humanidad, con una Fiesta de los Patios incluida en el Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, y que de forma recurrente no falta quien exalte el mito de las Tres Culturas como ejemplo de convivencia y apreciación de la diversidad, este Año Europeo del Patrimonio Cultural 2018 le brinda la oportunidad de demostrarlo. De exponer lo que ha sido, evaluar lo que es, y declarar lo que pretende ser. Todo ello, y sin más matices, en esa amplitud de miras que requiere contribuir al futuro de Europa, a nuestro futuro.

* Antropólogo