Iba a hablar de Eduardo García, pero ¿para qué?, si ya lo ha dicho mucho mejor y mayor Joaquín Pérez Azaustre aquí mismo el domingo. También de Antonio Gala, pero ¿para qué?, si lo ha escrito ya, brillante, exacto y límpido Jesús Vigorra justo aquí ese mismo día. De Cervantes y del Inca Garcilaso de la Vega cuzqueño-montillano-cordobés tenemos igualmente a diario lo que los esclerotizados del idioma dirían "cumplida información", así que tampoco. Aunque sí, ¿por qué no? ¿Por qué no abundar en la figura de personajes que a algunos al menos nos han hecho muy felices o nos lo hacen ahora? ¿De qué manera podríamos animar, motivar, excitar la curiosidad de los lectores para que se acerquen a ellos, a sus obras? Siempre nos queda un extraño poso, una inexplicable amargura, provocada por la certeza de que se lee poco, por el convencimiento de que la lectura, como acaso otras artes, sufren de un injusto y tenaz sambenito de provocar tedio, de incitar al sueño más que al avivamiento de la mente. ¿De quién es la culpa? ¿De élites que siempre utilizaron el alfabeto y la cultura como método de autodiferenciación respecto del común? Malhaya ellos y su inabarcable responsabilidad. Esperemos que siempre sea tiempo y haya tiempo de cambiar esta visión, como decía en su verso Pablo Milanés, intentemos que todos, cada uno en su esfera, en su ámbito, propague a los cuatro vientos, a voz en grito, al viento y a las gentes, que leer es vivir dos veces, que mirar un cuadro o una fotografía es asomarse a otro destino, que ir al teatro, al cine, a exposiciones, es reencontrarse con el propio interior. Y que es divertido.

* Profesor