La mayor beneficiaria de la llegada de Pedro Sánchez al Gobierno será Susana Díaz. La política es así. El enemigo, el odiado secretario general del PSOE, se convierte en un aliado objetivo --al menos a corto plazo-- que puede devolverla de nuevo a la jefatura de una Andalucía que se le escapaba de las manos. ¿Cuál ha sido la política real de la presidenta de la Junta de Andalucía? Mandar, el poder en sí y para sí; a toda costa y cueste lo que cueste. La política, las políticas, han sido siempre algo subsidiario, «efecto de» y medio para perpetuarse.

Andalucía vive un momento histórico que determinará su futuro por decenios, repito, por decenios, con una clase política arcaica y sin proyecto. No es casualidad que Susana Díaz haya preferido gobernar con la nueva derecha neoliberal, Ciudadanos. Ella representa a un partido complementario del Partido Popular, un social liberalismo que crea posición desde el agravio comparativo, la referencia constante a un españolismo sin ciudadanía que combina loas a un federalismo abstracto con la defensa numantina de la monarquía, una cultura de cartón piedra a la que a hachazos se le incorpora valores post materiales, post modernos y robotización.

Para decirlo con más precisión, Andalucía llega a una etapa histórica donde se juega su futuro con una clase dirigente agotada y sin proyecto. La construcción por parte de Podemos, IU y otras formaciones políticas de una propuesta alternativa va en la buena dirección. No ha sido fácil y no va a ser fácil. La unidad, lo he escrito muchas veces, es la continuación del conflicto por otros medios. Estos otros medios son un programa, una alianza política y un enorme esfuerzo para que sea algo más que una suma de siglas. En el centro, un proyecto nacional-popular dirigido a liberar a Andalucía de la pesada carga histórica del subdesarrollo y la dependencia. No se trata de una simple alternancia sino de una alternativa política, económica, social y cultural. Lo decisivo, un cambio de la clase dirigente y una democratización sustancial del poder económico.

El nuevo andalucismo que emerge es parte de una larga historia que tiene presente y debemos asegurar que tenga futuro. Andalucía no vive de agravios y discriminaciones, nunca necesitó definirse en negativo y siempre supo que su larga marcha por la emancipación era parte sustancial de la liberación de los otros pueblos y que exigía una transformación sustancial del Estado centralista y oligárquico que tradicionalmente ha gobernado el país. Es una vieja idea que repitió muchas veces Julio Anguita. El cambio en España no es posible sin Andalucía. La razón de fondo: los cambios que necesita nuestra Comunidad son los que necesitan las mayorías sociales y las clases trabajadoras del resto del Estado. La primera cuestión que tiene que abordar la nueva formación política es la fundamental: convertir Andalucía en un sujeto, en un actor principal del cambio político-constitucional que España necesita. El nuevo andalucismo que emerge precisa transformar el Estado en un sentido federal y democrático. Nos va en ello nuestro futuro; necesitamos más autonomía, más poder para realizar las transformaciones que exige nuestro pueblo, empezando por un nuevo sistema de financiación y por cambios sustanciales en la organización del Estado.

Un segundo tema de fondo tiene que ver con la construcción de otro modelo productivo social y ecológicamente sostenible. Precisamos, entiéndase bien, de un desarrollo adecuado a nuestras características como pueblo, geografía y cultura y no como simple imitación de otras experiencias. A la altura de este tiempo histórico Andalucía reclama un modelo de desarrollo propio, autónomo, capaz de enlazar territorio, necesidades sociales e innovación tecnológica y social.

En tercer lugar, la constitucionalización de los derechos sociales como derechos fundamentales. Este es el gran desafío que obliga en España y en Europa a enfrentarse con las políticas neoliberales y a apostar por las generaciones presentes y futuras. Una Andalucía libre de pobreza, discriminación y opresión; culta y con autoestima.

La cuarta cuestión es, en muchos sentidos, decisiva. El llamado Estado autonómico ha descentralizado el poder político pero no ha democratizado ni la economía ni la sociedad. Las Comunidades se han desarrollado con una lógica casi estatal reproduciendo viejos centralismos, nueva oligarquías que terminaron por reforzar las ya existentes. En casi todas partes, lo que se ha hecho es restaurar viejos poderes. Nuestro federalismo supone descentralizar y democratizas el poder político, el poder económico hacia una democracia participativa y republicana, convertir a la ciudadanía en sujeto esencial de la vida pública.

* Diputado de Unidos Podemos por Córdoba