Desde que el mundo es mundo han existido las amenazas. Se ha convivido con ellas y se las han tratado de diferente forma, según donde se hayan producido y a quiénes se hayan amenazado. Las amenazas, antiguamente, en el pasado, no entraban en el ámbito del conocimiento exacto y reflexivo de las cosas; se podía estar amenazado y no percibir que se estaba; es decir, no existía una concienciación de la amenaza, que se sufría o no porque no se sentía cercana o inmediata como se siente ahora.

Hoy este cuento ha cambiado mucho. ¡Se ha conseguido universalizar las amenazas! Ya no existen amenazas en oriente, en occidente, en el norte o en el sur. Hoy son múltiples, globales, y está amenazado todo el globo terráqueo.

Terrorismo, desempleo, corrupción, desafección política, problemas hídricos, hambruna, saneamientos, higiene, urbanización y energía son las cabeceras de las amenazas que, de una forma u otra, en una medida o en otra, afectan a la totalidad de los países que son continentes y contenidos del 100% de la población mundial.

La mayoría de las personas se inclinan y son propensas a pensar que el progreso es algo que no se puede evitar; sin embargo, también se puede deducir que, en sí mismo, el progreso no da carta de naturaleza para bendecirlo constantemente. Cuando los avances y adelantos crecen desmedidamente, los «perfeccionamientos» pueden ser armas de doble filo y, por ende, muy peligrosas. Por ejemplo: a nadie se le escapa que para disfrutar plenamente la libertad no hay más remedio que aceptar «condiciones» que la limitan y restringen, so pretexto de la seguridad que está vinculada a la propia existencia personal. Incongruencias de un progreso que, por serlo, no debieran de existir.

Precisamente, las amenazas globales apuntan siempre a la «línea de flotación» de los valores compartidos, también globalizadamente: La preservación de la paz mundial, el reforzamiento de la seguridad internacional, la cooperación dentro del binomio país rico-país pobre, la constante promoción de la democracia, el estado de derecho y el respeto a los Derechos Humanos se reconocen y valoran como baluartes de un crecimiento social sostenible donde el nexo agua-alimentos-energía plantea situaciones extremas de difíciles y complicadas decisiones políticas.

Si, globalizadamente, el agua potable, la alimentación adecuada y la energía llegara con suficiencia a los más de nueve mil doscientos millones de habitantes de este planeta, las amenazas que hoy, y ahora, se padecen estarían catalogadas a su mínima expresión. No se puede olvidar que más de mil doscientos millones de personas aún viven en la pobreza extrema. ¡Esta es la mayor amenaza que hoy se padece globalizadamente! Se quiera o no se quiera ver con meridiana perspectiva de solución como fundamento para liberar todo el potencial de crecimiento económico que permita la sostenibilidad de los beneficios del desarrollo social mundial.

Estamos obligados a convivir con las amenazas, forman parte del entorno vital, y, como viene ocurriendo sistemáticamente, se intentan resolver problemas empeorando otros porque es ciencia cierta que las amenazas están vinculadas entre sí a través de las discriminaciones basadas en el origen étnico, la religión, la clase económica, la condición social y el sexo donde las mujeres y los niños representan la mayor parte de los desprotegidos a nivel mundial.

Ante el convencimiento de que las amenazas son cotidianas y que «la maldad no necesita razones, le basta con un pretexto» (lo decía Goethe), se hacen más necesarios --y con urgencia-- nuevos enfoques para llevar a cabo evaluaciones exhaustivas de los recursos y conductas que se emplean como «paliativos» de los nefastos resultados procedentes del cumplimiento de tales amenazas. Es difícil convivir con el indicio perenne e inminente de que algo malo va a ocurrir porque lo presagian las palabras y los actos de los malvados que abanderan el pretexto de un utópico maná.

Nadie aceptará nunca que la siniestra maldad de los unos nace de la necedad y la torpeza de los otros.

* Gerente de empresas