Viene desde el fondo de la avenida pidiendo paso entre la lluvia. Es una súplica, un grito de socorro. Pero tú no te quitas. Tú eres el que mandas. Tú nunca vas a necesitar una ambulancia, ni tu madre, ni tu padre, ni tu mujer, ni tus hijos; si es que amas algo más allá de esa mueca cínica y esos ojos de hiena satisfecha que te ves en los espejos. Porque tú posees todas las seguridades. Tú estás bien protegido en tu caparazón. A ti los miedos ni te rozan. Te protege tu seguro de vida, de médico, de hogar, de coche, de móvil. Tú te puedes permitir no amar. Aún no te has enterado de que lo que no des al mundo se pudrirá con tu muerte. Pero a ti eso te suena a rollo de fracasados. Todo lo que otros te dieron con su amor y con sus vidas lo empleas para creer que te lo merecías y puedes tirarlo a la basura. Porque tú no tienes problemas. Los problemas son de los desgraciados que no poseen el dinero para un coche como el tuyo, una amante como la tuya, una cuenta corriente, un chalet, corbatas, camisas, zapatos. Tú eres poderoso. Entras pisando fuerte al banco, al trabajo, al restaurante; mandando, dominando, mirando por encima. Porque tú eres un perfecto gerundio. Y te ríes con toda la gama de mentiras que fabricas. A ti te va muy bien con tus amigos, tus viajes, tu salud, tus tarjetas, tu reloj, tu gimnasio, tu mansión. Tú no necesitas darle paso a la ambulancia. Que se lo dé el desgraciado que la llamó, y en una tarde lluviosa de domingo. Y la ambulancia sigue suplicándote. Un segundo, otro segundo... Quizás una vida se ahoga, un corazón se para, un alma se despide sin remisión. Pero a ti eso no te importa, porque no afecta a tu coche ni a la señora que llevas al lado, que también te pertenece. Ella mira al vacío a través del cristal. Eso no va con ella. Su marido es el que conduce. Él sabrá. Y se siente tan segura porque dentro del coche no le pasará nada. Tiene calefacción y sensores de todas clases. Ella recomendó ese coche. Lo vio en un anuncio atravesar por un paisaje inhóspito, seguido de fieras, pero dentro no había peligro. La ambulancia sigue pidiendo paso. Tú, condescendiente, chasqueando la lengua, decides apartarte. Ya has demostrado que eres el que mandas, y todos han envidiado tu coche, tu mundo, tu poder.

* Escritor