Córdoba se despereza al final de mayo de tanta programación festiva en torno a sus cualidades de patrimonio material e inmaterial de la Humanidad, empieza a hacer sus maletas hacia Fuengirola, despide al sol a la Feria en El Arenal y casi cierra sus esencias hasta septiembre, cuando los muchachos vuelven a llenar los patios de recreo de las escuelas. Es el calor, que hace unos días nos ha dado unos cuantos avisos, el que nos recuerda el almanaque y proclama sin ningún género de dudas que lo que queda es la Noche Blanca del Flamenco y el Festival de la Guitarra pero que los centros serios, donde se reparte enseñanza y sabiduría, ya tienen que programar el cierre porque ha llegado el momento de empezar a buscar un espacio donde escondernos unos meses. Un tiempo en el que las mujeres no lucirán sus trajes de gitana y los romeros guardarán sus sombreros, peroles y botos cuando vuelvan del Rocío hasta cuando se pueda hacer fuego en el campo. Cuando Aucorsa empiece a negociar con las autoridades sus horarios, que nada tienen que ver con ese giro que los autobuses grandes dan desde la calle Alfaros para Alfonso XIII quitándole acera --y poniendo en peligro-- a los peatones. ¿Solución? Autobuses pequeños con mayor frecuencia que la de los largos, que no son propios de cascos históricos. Cuando los cursos empiezan a desperezarse para cerrar ventanas y cortinas llega el momento de estudiar soluciones para que cuando llegue septiembre todo vuelva a ser maravilloso. Es lo que se supone espera el PSOE, que ha renovado parte de su cabeza y espera darle una vuelta a la actual política con la presencia de Pedro Sánchez que, al menos, le ha quitado aburrimiento a ese loable menester público que se nos estaba volviendo nada ejemplarizante con tanta corrupción como iba arrastrando. El PSOE español ha vuelto a mirar hacia sus ideas para no seguir al francés en su declive. Que este amanecer de sábado, el último de la Feria, nos recuerde que todavía sigue siendo válida la naturalidad traviesa de la niñez, la que llamaba a las cosas por su nombre y actuaba con la contundencia de lo evidente. Cuando todavía no teníamos dobleces.