Innegablemente, equivaldría al cuento de nunca acabar proseguir el articulista con la narración de las simpatías y afecciones catalanófilas de las personalidades de la cultura de cuyo trato intelectual se ha beneficiado en alto y enriquecedor grado; pero ello debe quedar si no para mejor ocasión, sí, desde luego, más propicia cara al muy importante tema que ahora nos ocupa.

Como final de la presente serie, este debe adentrarse en un terreno aún más personal y anecdótico, no obstante la gravedad de la cuestión, en vanguardia ya desde ha tiempo en la preocupación de los españoles. Así en la, hèlas, ya dilatada carrera académica y administrativa del anciano cronista fueron muchos los lances y tesituras en que amigos y colegas en circunstancias contenciosas o de difícil interpretación se inclinaron con gran frecuencia, llegada la coyuntura de emitir su opinión o dictamen, a favor de los intereses de Cataluña y sus gentes en las veces en que entraban en colisión o pugna con los de otras regiones y compatriotas. En más de una ocasión, tal postura era deudora de la admiración incondicional y del respeto universal, merecido en su juicio por la superioridad de la sociedad del Principado en numerosas manifestaciones de su vida cultural, organizativa y económica en cotejo con la del resto del país. Pero no siempre tal comportamiento respondía a la mencionada actitud, sino que era motivado por un ardido afán de contentar a sus habitantes en los litigios y legítimas rivalidades con los españoles al sur del gran padre Ebro. En un capítulo decisivo de la existencia intelectual y científica hispana del último medio siglo --el de las oposiciones y concursos a cátedras, agregadurías y titularidades así como también en el atañente a premios literarios e historiográficos-- el modesto testimonio del articulista sería, sin embargo, muy nutrido en cuanto a casos y ejemplos. Naturalmente no es cosa de explicitarlo ahora. Uno de los grandes modernistas de las últimas décadas, el académico de la Historia Dr. C. Martínez Shaw, muy aventajado y querido discípulo del cronista amén de catalanófilo enragé, posee, como legatario, las memorias universitarias del último, sumamente detalladas en punto al itinerario opositor del Alma Mater española desde la postguerra a la Transición. Un día quizá próximo verán la luz, y se podrá comprobar ad calcem lo antedicho con el relato de múltiples oposiciones a las cátedras de Letras de Universidad e Instituto en que los concursantes catalanes, de vitola en general sólida y envidiable, se impusieron a coopositores con iguales o mayores méritos, debido al consenso de los tribunales correspondientes, impulsados a dicha conducta por el deseo de disipar los recelos y no infrecuente victimismo de aquellos. Nacer en Lleida o estudiar en Barcelona era, de ordinario, más valorado o, cuando menos, más tenido en cuenta que la oriundez cacereña o la licenciatura compostelana...

* Catedrático