A lo largo de la campaña electoral hemos escuchado, desde diferentes posiciones políticas, que el compromiso de los candidatos sería con los ciudadanos, con el pueblo, con la calle o con la gente, según quien hablase. Han tratado de convencernos de que su actividad se centraría, caso de ser elegidos, en responder a los intereses generales, en que más allá de las posiciones partidarias estaban dispuestos a trabajar por el bien común. No obstante, la convicción general, o la más popular si queremos, es que los políticos actúan movidos por el interés no solo de su partido sino también el suyo particular. Discrepo de esa idea, pienso que la mayoría de nuestros representantes cumplen con su cometido y no buscan el beneficio personal.

A la vista de los resultados de las elecciones, se han cumplido las expectativas generadas y habrá que recurrir a pactos, entonces se medirá el valor de nuestros políticos, y de sus partidos, para plantear su actuación pública en función del interés de la comunidad, repito que doy por supuesto que la mayor parte serán personas decentes, pero falta saber si tendrán en consideración el verdadero significado de la política, es decir, poner, por encima de todo, aquello que importa a la comunidad. En estos días me he encontrado con un texto que, aunque se da en circunstancias bien distintas, prueba cómo algunos grandes personajes han sabido comportarse de acuerdo con esos criterios. Se trata de Juan Negrín, el presidente del Gobierno republicano durante la guerra civil, que demostró su altura de miras en tres artículos publicados en The New York Herald Tribune en 1948.

Recordemos que en esos momentos, finalizada la guerra mundial, España estaba aislada debido a su colaboración con las potencias del Eje, y también que en Europa se iba a poner en marcha el denominado Plan Marshall (Programa de Reconstrucción Europea). Negrín defendió que España debía participar en él. Recordó que la guerra había sido una "agresión interior" y que si no se hubiese resistido durante tres años, los aliados no hubieran tenido tiempo de prepararse contra la agresión totalitaria que asoló poco después a Europa. "Y sin embargo --decía-- Italia y Alemania han sido incorporadas al programa de reconstrucción como miembros de pleno derecho". Pensaba que no era justo aplicar a España un castigo que no se impuso a los culpables de la guerra, y además opinaba que la restauración de la democracia en España no vendría "a través del hambre y del empobrecimiento". Su posición era que estar con el Estado de Derecho no significaba "luchar contra España".

En su segundo artículo aclaraba que estar fuera del Programa no debilitaría a Franco, pero sí "acarrearía graves sufrimientos al pueblo español". Desmontó los argumentos de quienes defendían que España no participara y condenaba esa línea política porque "bajo un sistema de terror deliberado, el que sufre es precisamente el pueblo al que se querría ayudar más", y por otro lado, esas política de restricciones y coerciones "dan a los dictadores excelentes bases de propaganda patriótica". Recordó que durante la guerra el gobierno republicano se sintió estrangulado por las democracias europeas, pero que en aquel momento se trataba de ayudar a los españoles, "sin considerar quién está en el poder", aunque se mostraba de acuerdo en que España no fuese admitida en organismos internacionales, como en "las tareas para establecer la Unión Europea". Negrín tuvo problemas entre los grupos de exiliados españoles que negaban cualquier posibilidad de ayuda a la dictadura, pero su planteamiento era que el pueblo español, salido de una guerra, con muchas dificultades, y una parte del mismo no afecto al régimen, tenía derecho a recibir esa ayuda. Todo un ejemplo.

* Historiador