La vida está llena de paradojas y contrastes, de forma que madurar consiste en irlos asumiendo con naturalidad... y tirar para adelante. Pero a veces cuesta trabajo hacerlo. Como cuando, en mitad de una semana de fiestas como la que vive Córdoba, suena a miles de kilómetros una explosión que sientes tan cercana que parece confundirse con la música de las casetas y el guirigay de la Calle del Infierno. Porque eso, una pesadilla de mecanismos diabólicos fue lo que se vivió en el Manchester Arena, donde el terrorismo yihadista, a través de otro suicida loco de odio, ha vuelto a conmocionar al mundo con sus trallazos. Y es que ves a esas chicas que salen de casa ilusionadas con lucir en el real su nuevo traje de gitana a la última moda -los dictámenes de la tribu se imponen en todos los contextos, incluido el de la Feria-, o, como ayer, a los cientos de jóvenes sudando la gota gorda pero felizmente achispados en torno al botellón ferial, y la mente y el alma se te trasladan a la ciudad británica. Por ella corren lágrimas en la aldea global, que tiene su corazoncito.

En un recinto deportivo lleno a rebosar ha encontrado la muerte una veintena larga de muchachos, la mayoría adolescentes; otros sesenta sufren heridas y amputaciones, y los 21.000 chiquillos y padres que abarrotaban el pabellón más los familiares que los esperaban a la salida quedarán marcados para siempre por la barbarie islamista.

Muchos de ellos -algunos niños todavía-, iban también de estreno, porque acudían entusiasmados a su primer concierto, el de Ariana Grande, una cantante que levanta pasiones entre las más cortas edades. Y fue acabar su actuación y destaparse la carnicería. Una matanza muy bien estudiada por quienes con absoluta frialdad y crudeza no dudaron en escoger el momento clave, cuando más daño se podía hacer, y apuntar hacia seres vulnerables e indefensos, aunque a decir verdad todo el mundo lo está ante estos golpes canallas, como la realidad se encarga de demostrar con una frecuencia cada vez más temible y dolorosa.

Todas estas cosas, la alegría desbordante y la tragedia colectiva perpetrada en el corazón de Europa, tienen cabida a la vez en los medios de comunicación cordobeses. Y el periodista, por más que esté curtido en un sinfín de batallas, se pregunta cómo convivir con unos y otros sentimientos. Pero la vida sigue, siempre sigue, y su misión es contarla.