En las últimas elecciones generales, en la contraportada del periódico, manifesté mi apoyo a Ciudadanos. Ahora ha llegado el momento del cambio definitivo en Andalucía y en España. El cambio que el PP no ha sido incapaz de generar en Andalucía, enfermo de corrupción en todas las comunidades en las que ha gobernado y de mediocridad en nuestra comunidad. Arenas no ha tenido la grandeza de rodearse de discípulos mejores que él; con la excepción de Rosario Alarcón y algún caso aislado más, los cachorros de Arenas no tenían un CV reseñable previo a su entrada en política.

Si el PP ha pecado de mediocridad, el PSOE lo ha hecho de soberbia; perfiles muy poco sobresalientes alineados con el poder de 40 años ahora sentado en el banquillo de los ERE. Como gaditano y andaluz me duele de ver a dos presidentes de una de las cuatro comunidades autónomas históricas en el banquillo. De los primeros equipos de gobierno socialistas en Andalucía a los actuales hay un abismo. Yo me podía sentir representado por políticos de la talla de Rodríguez de la Borbolla o José Miguel Salinas, por quien no me puedo sentir representado es por Susana Díaz, una profesional de la política con un CV inexistente. Salvo Rosa Aguilar, Marina Álvarez y algún caso aislado más el panorama curricular del PSOE es tan pobre como el de Susana Díaz. Desde la Transición, en Andalucía ha prevalecido el mediocre frente al brillante, el dócil frente al indómito. He sido crítico hasta el hartazgo con el SAS y su abuso sistemático de sus médicos que siguen trabajando por su vocación de servicio y su compromiso con los enfermos, no por sus raquíticos salarios.

Salvo contadas excepciones Albert Rivera ha cometido un error similar en la elección de sus candidatos andaluces. Solo una victoria de proporciones descomunales en las grandes ciudades permitiría a Ciudadanos tener un buen resultado en el granero histórico de votos socialistas. Para ello, los primeros puestos de las listas de las ciudades demográficamente más importantes de Andalucía tienen que ser candidatos de trayectorias impecables, no contaminados con pertenencias pretéritas a otros partidos, vinculados realmente a las ciudades y a los ciudadanos representados. No permitas, Albert, que el soplo de aire fresco que puede ser Ciudadanos quede en nada en Andalucía, sin nosotros no se es nadie en la política nacional. Quiero para Andalucía tu nivel, el de Villacís y el de Arrimadas; no desprecies a Andalucía con candidatos de segunda fila porque entonces Andalucía despreciará a Ciudadanos como un partido bisagra, de segundo nivel.

Cuentan que Anthony Blake, el mentalista, fue a saludar a Javier Arenas y su mesa en un restaurante de Tarifa y un cliente gaditano venido arriba le gritó «Anthony... hazlos desaparecer». Albert, por favor... ¡hazlos desaparecer!

* Médico