Estados Unidos destapa un nuevo hedor social. Otro más. La gran nación del dinero y la guerra, pero también del trabajo, la investigación y el cine, es uno de los escasos países del mundo donde pervive aún el mejor periodismo, el que consigue aflorar grandes abusos y desmanes del poder y de los hombres.

La última revelación escandalosa desnuda al desmesurado e influyente productor de Hollywood Harvey Weinstein. Ha venido siendo durante décadas un acosador, un violador de mujeres. Las revelaciones periodísticas de The New York Times y New Yorker lo han tumbado. Ha tenido que desaparecer de la tierra a escupitajos como sucede en ocasiones con los peores hombres que da el mundo.

Como tantos que en la historia han sido (y padeceremos en adelante) descubiertos para todos después de mucho tiempo que su círculo del cine lo supiera, o lo sospechara, o lo intuyera. Ocurre de la misma manera siempre que tratamos con los temas relacionados con el sexo y sus depredadores: sus víctimas quedan avergonzadas y paralizadas por la cualidad de la agresión del caníbal. Horrorizadas y sintiéndose sucias a causa del barro del cieno del infierno con que la embadurnó el monstruo.

La mayoría de las víctimas no salen nunca de su jaula de dolor, miedo y asco, y conviven para siempre con esa sentina de violencia. Pero muchas (cada día más: «Lo nuevo es que las nuevas no callen. Benditas sean», escribe Luz Sánchez-Mellado, la periodista más desenfadada y directa de España) van dejando jirones de su dolor entre familiares y amigos, de tal suerte que por el boca a boca que somos todos, llegamos a tener noticia de que la práctica del acoso sexual es uno de los males más extendidos en el mundo, que la mujer sufre el zarpazo y la caza (humillación) del hombre de manera habitual y continua.

El enorme velo rasgado por la prensa norteamericana los últimos días ayuda a que, por su tronante fisura, asomen voces de otras mujeres atacadas en todo el mundo. Las que denuncian son muy pocas todavía, pero suficientes para romper el silencio que millones de ellas guardan.

En este episodio tristísimo se dan similitudes miserables con los escandalosos casos de pederastia y abusos sexuales de curas y monjas católicos. Su pestilencia ha llegado hasta miles de rincones donde se erige un seminario o colegio de la iglesia de Roma. Y una vez más, ha tenido que ser un periódico norteamericano el que haya hincado su tenedor en el falo de la bestia.

La película Spotligh, ganadora del Óscar a la mejor película del 2015, deja muy claro cómo una investigación periodística (que no es una filtración) del The Boston Globe pudo destapar uno de los episodios más negros de la Iglesia católica en la era moderna: centenares de curas abusadores y miles de alumnos atacados. Después aparecerían decenas de miles de niños y niñas más infectados por las manos venenosas de estos falsos enviados de Cristo en la tierra en numerosos países de todo el mundo (menos en la hasta hace escasos años ultracatólica España en la que apenas «han asomado tres lamentos»). Aunque todo puede llegar porque como dice Luz Sánchez-Mellado: lo nuevo es que los nuevos no callen.

* Periodista