Ya han cogido al que robó el Códice, era un trabajador despechado porque le habían despedido.

Es curioso este tipo de obrero vengativo que en las películas matan a directivos de empresa o a médicos por lo mismo, pero los que se obcecan con los bienes culturales incensados por sahumerio religioso creo que yerran el tiro.

Malvender el Códice o quemar el barroco único de la Merced de Córdoba, o darle un martillazo a una escultura de Miguel Angel son ganas de fastidiar el patrimonio de la humanidad, y Dios y su Iglesia se quedan igual.

En estos casos la venganza debiera ser que el agraviado se fuera al abogado laboralista más cercano, y si no gana el caso pues que se pusiera a pecar, a pecar mucho, sobre todo en lo nefando que es lo que más.

O a blasfemar. Y, si eso resulta que no, pues se pasa al ataque directo, se niega el bosón de Higgs o molécula de Dios, o se mete un pollo o un caca de mentira de esas del día de los Inocentes en el sagrario, o se vacían los cepillos, o se pone uno a gritar consignas contra el dogma de la transustantación en misa de doce.

No sé, cosas que duelan, que llamen la atención pero sin romper nada; a no ser derribar en misa de ocho los oros y el platerío, que hacen ruido y así de paso imitamos a alguien que hizo prácticamente lo mismo hace dos mil años y que no me acuerdo cómo se llamaba aunque lo tengo en la punta de la lengua.

Pero, hombre, dejarnos sin una joya bibliográfica del siglo XIII, o quemar retablos barrocos o martillearle el pene o una teta a una escultura artística, no llega, eso no llega arriba, lo más al juzgado de guardia.

Que estas cosas son de todos, hombre.

* Profesor