Hace ya algún tiempo, un representante del sector hostelero local me dijo que los cordobeses solo sabemos vender lo malo de esta ciudad. Se quejaba amargamente de que mientras París (esa ciudad donde rara es la vez que uno viaje y no le sorprenda la lluvia y el mal tiempo) se afanaba por ocultar su defecto meteorológico, en Córdoba se nos llenaba la boca pregonando a los cuatro vientos el insoportable calor que nos visita cada verano. «¿Es necesario poner siempre el maldito termómetro de 47 grados en la portada de los periódicos?», insistía, consciente de que esa información ahuyentaba a los turistas.

Salvo por la parte preventiva que alertar del calor pueda tener en la población vulnerable, ese hombre tenía razón. Quien haya ido a Roma en verano sabe que el calor asfixiante es uno de sus inconvenientes, pero no por ello la gente deja de visitarla. Saben que es mucho más lo que ofrece y que merece la pena aguantar las altas temperaturas antes que perderse sus rincones, sus bares y sus escaparates. Lo malo de Córdoba es que muchos de los que tienen la oportunidad de aprovechar sus vacaciones de verano para conocer la ciudad ni siquiera se lo plantean ante el temor a morir achicharrados. Y tampoco es para tanto. Cuando llega agosto, los que vivimos aquí de continuo llevamos como poco tres meses con el aire acondicionado a tope y se nos olvida disfrutar el momento, con la queja por el calor siempre en la boca. No somos conscientes del lujo que supone este sol para un finlandés o un sueco ni el subidón de vitamina D que provoca pasear dos o tres días por la Judería cordobesa en pleno verano. Se nos olvida además el encanto que Córdoba tiene en los meses de estío, cuando la ciudad se queda medio vacía y da gusto ir de compras o salir a tomar una cerveza. Ofrece esta ciudad la opción de disfrutar del cine a la luz de la luna en los cines de verano o la ermita de la Aurora, «dar un salto» a la Sierra para mirar las estrellas en Los Villares, sentarse en el Jardín Botánico o en el centro de recepción de visitantes tras la puesta de sol a escuchar música o encontrarse con el teatro en el Palacio de Viana. El verano es un buen momento también para conocer la provincia de la mano de sus mil y una fiestas locales, de tantas y tantas citas con el arte y la cultura. Vivir Córdoba en agosto es todo un placer. Cambiemos el chip.