El día que murió Marilyn se comenzó a escribir una gran novela colectiva. No solo Terenci Moix, que además de la prosa desenfadada y libre tuvo el acierto generacional del título: es que todos nosotros, de alguna manera, cada cierto tiempo volvemos a escribir nuestro propio relato de la actriz. Sucede igual con Elvis, sucede igual con Lorca, cuyos aniversarios mortuorios se acumulan en agosto: siempre hay una pista que nos saca del ensimismamiento en la lectura más o menos demorada del periódico, porque cualquier nuevo dato sobre Elvis o Lorca nos llama con fuerza la atención, es una nueva escama metálica en los hombros de nuestra memoria no solo cultural. El 16 de agosto Elvis; el 19, Lorca; también Marilyn murió un 5 de agosto, pero ahora no es noticia exactamente por esto -están más cerca los otros dos aniversarios-, sino por la aparición del mítico fotograma de su desnudo en Vidas rebeldes. Mucho más que un western crepuscular, como se diría ahora, The misfits es la joya que unió en su caída a Marilyn con Clark Gable y Montgomery Clift. Monty ya estaba algo más que acabado: asistía en primera persona a su olvido en letargo. Gable moriría solo diez días después de acabado el rodaje, y Marilyn también. Hay en esa cinta dirigida por John Huston y escrita por Arthur Miller -que volvió a coincidir, en el rodaje, con su ex esposa, Marilyn- mucho de acabamiento de una edad, un gran tonelaje de dolor cincelado en los rostros agrietados de sus protagonistas y una tristeza súbita no exactamente de juguetes rotos -aunque algo de eso había también- sino de hombres y mujeres que han sabido vivir y sufrir por la vida.

La historia de la recuperación del fotograma es estupenda y podría dar para una novela negra corta con paisaje de Hollywood al fondo. Existía la leyenda de esa toma en la famosa escena de cama -más bien, después de la cama- entre el personaje de Marilyn y Gable -Gable ya vestido y preparado para tomarse ese café solo del vaquero antes de ejercitarse en el rodeo: un Gable ya viejo, pero entero, capaz de domar un potro al final de la cinta- en la que Marilyn se cubría solo con una sábana que, después, caía. Pero la imagen no se encontró nunca. Sin embargo, Charles Casillo, autor de Marilyn Monroe: The Private Life of a Public Icon, que ha salido a la venta también esta semana en EEUU, tenía la certeza de que el desnudo no era una leyenda, sino que había sido grabado por John Huston y finalmente descartado para el metraje final, aunque podía seguir en alguna parte. Según cuenta el Daily Mail, Charles Casillo se entrevistó con Curtice Taylor, hijo de Frank Taylor -el productor de Vidas rebeldes- y lo convenció para que le dejara registrar un despacho de su padre que llevaba sellado desde su muerte. Imagino su entrada en esa habitación cerrada como quien abre la puerta de la eternidad, con ese golpe de tiempo demorado en los muebles de sesenta años atrás, con viejos guiones que nunca se llegaron a rodar acumulados en las estanterías y un cartel que anunciaba una película de Alan Ladd cubierto por el polvo en la pared. Allí, dentro de un tubo metálico para su protección, encontró Casillo aquel fragmento de la cinta original que John Huston descartó por su irrelevancia narrativa, pero que habría supuesto el primer desnudo de una estrella. Según Taylor, su padre comprendió el valor testimonial de aquellos fotogramas y no los destruyó. La reliquia nos llega encapsulada con una suave carga de leyenda bajo esa piel blanquísima de Marilyn cuando ya no era Marilyn, o quizá cuando pudo serlo de verdad, con la sensualidad dejada atrás como una lozanía juvenil y el velo ajado y mustio de su rostro alcanzaba su cima de belleza humana y transparente. Ahí ya no había un mito vestido de mujer, ni siquiera el desnudo de la diosa, sino la revelación de una actriz que había encontrado un sentido en el Actor’s Studio, que escribía poemas sobre su intimidad desolada y había empezado a tomarse más en serio de lo que la pensaban los demás.

Todos estos rostros alguna vez brillaron y compartieron la gloria del destello con el raudo futuro. Hoy los recuperamos fugazmente al pensarlos, como cada verano de nuestra juventud: cuando al verlos, escucharlos o leerlos, descubríamos un mundo. Qué sería de este agosto atronador de fuegos cada vez más pálidos, qué sería de todos los agostos, si no pudiéramos recordar de vez en cuando a Marilyn, a Elvis y Lorca. Somos el territorio de su devastación, una memoria plana desde los pedestales sin estatuas.

* Escritor