Cada mañana y cada noche, al oír las noticias, me pregunto cuándo nos haremos adultos como pueblo, cuántas más cosas tendrán que sucedernos en nuestra Historia colectiva para que dejemos atrás definitivamente esta permanente adolescencia de vivir en un continuo problema, de achacarle siempre a los otros las culpas y las responsabilidades, de enredarnos en un bucle sin fin de discusiones y discusiones para no arreglar nada, solo manifestar el ego, es decir, la violencia, la rabia, la envidia, las medias verdades y la revancha. Más de dos siglos en esta tensión, y ahí seguimos, sin ponernos de acuerdo en nada, montando algo con el único objetivo de volverlo a destruir, sin más razones, sin más planteamientos, sin sacar consecuencias ni aprender nada para no repetirlo. Siempre en este estado de provisionalidad de todo para hacer y deshacer. ¡Armamos tanto ruido para nada! Cada treinta años, más o menos, con una coincidencia en el calendario casi matemática, dramática, volvemos a ponernos en danza. No hay más que mirar las fechas desde 1808. Reinado de Fernando VII, reinado de Isabel II, Desastre del 98, II República, Dictadura, Monarquía... Y seguimos. ¡Tantas energías desaprovechadas! ¡Tanto dolor provocado! ¡Tanto sufrimiento, tanta sangre, tanta muerte! Cada cual, a lo suyo. Y en cuanto se nos complican las cosas, a que otros nos las arreglen. Aún no hemos aprendido que la democracia es el gobierno de la mayoría, pues para eso se hacen unas elecciones. Sin embargo, necesitamos que la mayoría sea absoluta para así poder gobernar. Pero esto no es hacer política y que el pueblo participe en ella. Mayoría absoluta, y echarse a dormir durante cuatro años. Así cualquiera. Un domingo se consulta al pueblo, «la fiesta de la democracia». Es que no queremos fiestas de la democracia; queremos una democracia de cada día. ¿Cuándo aprenderemos a hacer política y participar en la política, que es hablar, pactar, llegar a acuerdos, ponerse a construir? Porque hablar en política es tratar con alguien que representa a mucha gente. Pero seguimos en el patio de recreo. Menos mal que esta vez, parece ser que no habrá besitos, ni nos traeremos muñecos para jugar a las mamás, ni el maestro se reirá de nuestras ocurrencias. ¡Volver a ese circo es lo único que nos faltaba!

* Escritor