El odio hacia España, lo que representa como cultura y país en Cataluña, no tiene un marchamo político, sino su origen, su semilla, está en la educación. Hablamos de la de las escuelas. Los españoles hemos demostrado que somos bisoños en eso de la de democracia. Hemos puesto los acentos de ésta en la política y en la libertad de expresión. Hemos imaginado una arcadia perfecta donde todos somos iguales por el hecho de que lo hayamos escrito en nuestra Carta Magna, pero no hemos tenido en cuenta algo fundamental, algo sine qua non: para poder ser todos iguales hemos de ser educados todos igual en aquellas ideas, historia y cultural que han configurado nuestra patria. La patria no es una marca blanca de una fórmula paritaria para todos los pueblos. Cada una tiene su marca y sus propias verdades. Y es precisamente esas verdades patrias las que se llevan subvirtiendo en Cataluña desde que se transfirió la educación, tanto la universitaria, como la no universitaria (esta última con Aznar en 1996). En Cataluña la situación viene oliendo tanto a adoctrinamiento que una asociación de profesores catalanes viene denunciando que los textos de los alumnos de entre 10 y 12 años están plagados de «planteamientos ideológicos partidistas» y «tendenciosos». La situación está tan podrida en demasiados casos que las consignas políticas de determinados partidos ejercen su derecho de pernada ideológica en los textos y en las mentes de estos adolescentes. Por ello que nadie se extrañe que de aquellos polvos, estos lodos independentistas encarnados en jóvenes que sencillamente odian a España. Por supuesto, no solo son los textos educativos, sino también aquellos maestros y profesores que enseñan su contenido y comulgan con él. Se habla de dialogo para resolver el problema independentista, pero la raíz del problema no solo está en esto, sino en tutelar una educación justa, real y verdadera para todos los alumnos de España.

* Mediador y coach