El acuerdo alcanzado en Ginebra el pasado jueves por la Unión Europea, EEUU, Rusia y Ucrania para neutralizar la tensión en este último país va rápidamente camino de convertirse en papel mojado. La reunión había llegado a un acuerdo básico, razonable y de forma muy rápida, para desactivar la crisis. Contempla el desarme de los grupos paramilitares, una amnistía para los rebeldes y el estudio de una reforma constitucional en el sentido de conceder autonomía a la región oriental rusohablante. Los cuatro firmantes del acuerdo pusieron en manos de la OSCE la supervisión de lo pactado y ayer una misión de esta organización llegaba a la zona, pero solo para constatar el estallido de violencia y la negativa de los rebeldes a desarmarse.

Una ausencia de poder en la zona oriental de Ucrania puede tener consecuencias desastrosas. Los incidentes de ayer ponen de manifiesto lo peligroso de este vacío. Pero no son solo los contendientes sobre el terreno quienes obstaculizan el acuerdo. Desde Moscú, tanto Vladimir Putin como su ministro de Exteriores Serguéi Lavrov, han puesto en marcha la máquina propagandística a favor de los rebeldes. Al mismo tiempo, EEUU acordaba con Polonia reforzar su presencia en este país en el marco de la estrategia de la OTAN para contrarrestar las operaciones militares rusas en la frontera con Ucrania. La tinta que sirvió para firmar el acuerdo de Ginebra está todavía fresca, pero el papel ya es casi papel mojado.