Claro que la política es una actividad noble. Igual que muchas otras. Tan noble como el periodismo, por poner un ejemplo. Tanto como la judicatura. Igual de noble que la enseñanza, que la medicina, la contabilidad o la informática: porque, en definitiva, se trata de un servicio que se presta, de una acción humana que se brinda al vecino, que es ofrecida a la comunidad. Hasta la escritura, todo el arte lo es: porque se está tendiendo una visión, la mano de una mujer o un hombre, con un pensamiento, una integridad, su ética y su estética. Por eso cuando ayer escuché a Mariano Rajoy reivindicar en el Congreso Nacional del Partido Popular que «la política es una actividad noble», para hablar de los lugares comunes habituales, como «orgullosos», «España», y ya no «gran país», que es uno de sus grandes éxitos retóricos, sino «el mejor del mundo», me pregunté cuánto ha contribuido la actual cúpula del Partido Popular, y su presidente especialmente, a nuestra percepción de la política, el posible orgullo y la mirada lúcida de asombro ante la mera posibilidad de que nuestro país, hermoso y rico, pleno de contrastes, sea, además, el mejor del mundo. En fin, son cosas que se dicen. Pero me quedé con eso de que la política sea «una actividad noble», asegurado con grandes aspavientos, por alguien que no ha contribuido precisamente a ennoblecerla: ni en sus medidas políticas, con el recorte de derechos en leyes tan discutibles como la “ley mordaza”, ni en los mensajes de móvil descubiertos, precisamente, por otra actividad noble -el periodismo de investigación--, ni por la más que dudosa fluidez de su interlocución pública: porque el día que llegue un presidente del Gobierno que diga las cosas claras, sin tantos arabescos vacíos, los aturdidos ciudadanos van a flipar en colores.

En fin, pienso en otras actividades nobles. Como la enseñanza, tan machacada por los diferentes planes de estudio sucesivos, como si cada recién llegado a la Moncloa tuviera la pócima druida de la sabiduría y quisiera imponerla, ignorando que cualquier aprendizaje es el fruto de un poso aquilatado en el tiempo, que toda metodología requiere sus propios plazos y su continuidad, y que quienes de verdad saben de eso, hoy y siempre, son los docentes. Por supuesto, este último Gobierno no ha sido una excepción, con una ley de Educación contestada en la calle, especialmente, o precisamente, por la comunidad educativa. Por algo será, digo yo. En fin, pienso también en otro oficio noble, el de los informáticos, y me vienen a la cabeza los ordenadores en la sede de Génova destrozados a martillazos, que imagino que para tanta sutileza no hace falta un máster en Silicon Valley, sino un deseo probado de destrucción masiva de las pruebas. Pienso en otra ocupación igual de noble, la contabilidad, y me viene a la cabeza Luis Bárcenas. Pienso en el periodismo noble, que lo descubrió todo, y el contrario, que habla de la contabilidad B y los pagos en sobres como algo que «sufrió», o «le ocurrió» al PP, como si fuera una gripe, y no un sistema de financiación.

Pienso en la judicatura y en la primera sentencia del caso Gürtel: en estos tiempos oscuros, solo se mantiene en pie el Estado de Derecho, que sin unos jueces independientes no sobrevivirá. Pienso, en definitiva, que la política es tan noble como cualquier actividad que ennoblezca al hombre, a la comunidad y su espíritu, y que mientras Rajoy reivindicaba la salud del cadáver que han contribuido a amortajar, en Vistalegre 2 Iglesias y Errejón todavía no se han sacado los ojos del todo. Al tiempo, Susana Díaz anuncia que tiene fuerza, y que lo suyo es ganar. Puede ser:porque sin haber trabajado fuera de la política, sin haber sido asalariado, emprendedor o autónomo, ni hablar otro idioma, sin despeinarse, en política es posible ganar y que los demás se lo crean.

Toda actividad noble precisa a los mejores. Veo este panorama, este descrédito del héroe político, parafraseando a Caballero Bonald, y pienso en las generaciones de españolas y españoles que también tienen mucha fuerza, que entrenan, que estudian, que compiten dentro y fuera de nuestras fronteras, porque aquí no ha habido espacio suficiente para sus talentos y sus capacidades. Gentes que hablan cuatro idiomas, que han estado tan ocupados en trabajar como bestias, en ir encadenando contratos basura, que no han tenido tiempo de medrar dentro de un partido. Pienso en toda esa gente que ennoblece la vida y podría escribir un relato colectivo mucho más bello y justo.

* Escritor