El suicidio de una persona joven conmueve a toda la sociedad y genera una sensación de fracaso colectivo ante la pérdida de una vida que apenas empieza y ya se encuentra sin lugar en el mundo. En tiempos recientes se están produciendo casos que horrorizan, en los que el acoso escolar lleva a adolescentes a quitarse la vida por no poder soportar una existencia de rechazo social y miedo a los acosadores. Es lo que ha pasado con la joven del instituto de Usera (Madrid), una niña --así lo era por su discapacidad-- que se despidió de sus amigas con un mensaje: "Estoy cansada de vivir". El instituto, pese a estar en un ámbito conflictivo, a tener 1.200 estudiantes y solo 5 orientadores para 60 alumnos con necesidades especiales, activó hace un mes el protocolo de acoso e intentó frenar la situación. Pero el acosador, al parecer, no había sido apartado de las clases, y ni profesores ni familia pudieron impedir este trágico final. Las situaciones de acoso escolar, intensificadas hasta lo insoportable con las redes sociales, exigen una vigilancia continua, una actuación radical en la que quizá debería intervenir la justicia desde el principio y probablemente insistencia en el aspecto educativo, para que los propios alumnos sean sensibles y arropen a las víctimas en una red solidaria.