Las pasadas generaciones de mujeres mayores vivieron condicionadas por la tradición, con ausencia de poder, por el sometimiento al padre y al marido. La sociedad les asignó unos roles muy diferentes según género. Lo femenino se construía fundamentalmente en torno a la reproducción biológica y social en el seno de la familia, mientras el papel exclusivamente productivo y «externo» al hogar familiar, definía la masculinidad lo que conducía a distintos espacios donde estar según género: la mujer, en el espacio doméstico y el hombre, al no tener dicho espacio, buscaba otros, tras jubilarse. Se construía así una división cultural, es decir, un conjunto diferenciado de prácticas, ideas y discursos, que crearon un marco propio para las mujeres, colocándolas en un lugar desfavorable en comparación con los hombres, desvalorizadas, ya que al no estar integrado en el mercado laboral, su trabajo no se traducía en «producto».

En la actualidad aunque se ha producido un progresivo acercamiento entre las posiciones de ambos sexos --incorporación de la mujer al trabajo, con los cambios asociados a este hecho; mayores ingresos; más relaciones sociales; mejora del nivel educativo, etc.-- las desigualdades respecto a los hombres persisten en la vejez. Tienen su origen en diferencias económicas, educativas, de salud, y de rol. Ello lleva consigo que la pobreza, la soledad y la salud, etc., expresan de manera contundente, las diferencias entre las mujeres y los hombres mayores, en lo que respecta a la calidad de vida.

Llegado este momento, hay que desprenderse de los viejos esquemas que han servido para hacer invisibles a las personas en la última etapa de la vida y, en especial, a las mujeres. Disminuye la preponderancia que hasta ahora había tenido el sexo como eje en la distribución de roles, y crece la importancia de la edad como criterio diferenciador. Hasta hace poco, el sexo y la edad eran determinantes para predecir algunos de los comportamientos más importantes de los individuos, como su posición familiar, su grado de autonomía económica o sus capacidades físicas, es decir del papel y de la posición que detentan en el conjunto social. No obstante, aunque el sexo no se puede cambiar ni tampoco la edad, si puede ofrecerse a la sociedad una nueva imagen del hecho de ser hombre o mujer y de las oportunidades que la sociedad brinda a cada uno para conseguir sus propias metas y en definitiva ser feliz

El aumento de la esperanza de vida va a ir acompañado de unos estándares de salud mucho mejores y las mujeres mayores de los próximos 20 años, beneficiarias de las nuevas posiciones feministas, se enfrentarán a la vejez con experiencias laborales, económicas, familiares, de poder y estatus diferentes a las de sus predecesoras y, por lo tanto, dispondrán de mayores recursos económicos, sociales e intelectuales que ellas. Todo ello exigirá una redefinición de los roles tradicionales relativos a la pareja, la familia, el trabajo remunerado, el dinero, el sexo, etc. Se abren numerosos interrogantes con el objetivo de conocer el nuevo significado de las posiciones de las mujeres y de los hombres, a lo largo de todo el ciclo vital. Los roles de genero en las nuevas generaciones de mujeres tiende hacia la igualación

Terminamos indicando dos carencias de las ciencias sociales en el estudio del envejecimiento: la primera no haber estudiado en profundidad, la relación existente entre genero --mujer y hombre---, y edad, y en especial entre genero y envejecimiento; la segunda, el no haber explicado cómo envejecen los hombres y las mujeres en una sociedad en la que ambos se enfrentan de manera diferente al hecho de hacerse mayor,

* Doctor en Ciencias de la Educación