Dentro de unas semanas, el 25 de diciembre, es el día de Navidad. Las fiestas de Navidad se prolongan durante semana y media hasta el día de Reyes, el 6 de enero. Es evidente que la Navidad, cuyo origen es religioso, ha rebasado los linderos de la religión hasta transformarse en una fiesta civil y laica.

El Bulevar de Gran Capitán está lleno de estructuras para el divertimiento de los niños, 1.6 millones de lámparas iluminarán las calles de Córdoba, se celebran reuniones y cenas de amigos, o de compañeros de trabajo, mucha gente se desplaza a lugares turísticos aprovechando los días no laborables. Todas estas celebraciones de la Navidad son la ocasión de hacer sensible la unión familiar en unos casos, y reforzar la cercanía con nuestros amigos en otros. Tanto una cosa como la otra tiene un gran valor humano y social.

Sin minusvalorar estos aspectos de la Navidad, pretendo hacer algunas reflexiones sobre lo que es el origen histórico de las fiestas de Navidad. Navidad es una palabra derivada de Nacimiento. La Navidad es la celebración del nacimiento de un niño hace ya muchos años, en un pequeño pueblo de Palestina, en Belén.

El niño que nació entonces era nada más y nada menos que el Hijo de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad. Este es el contenido de la fe de los cristianos. Dios, invisible a nuestros ojos humanos, se quiso hacer visible acercándose a los hombres, mezclándose con ellos, haciéndose semejante a ellos en todo menos en el pecado. Lo que este niño, a quien se le puso el nombre de Jesús, hizo, habló y sufrió cuando llegó a ser adulto, hace posible que los ojos humanos vean al Dios invisible. Viéndolo a él, se ve a Dios.

Los valores humanos y sociales que ha adquirido la fiesta de Navidad, que se sustentan por sí mismos, y que son compartidos por creyentes y agnósticos, no deben conducirnos a un olvido del origen histórico de la fiesta: el nacimiento de Jesús en Belén.

Este acontecimiento es el que se quiere representar en los «nacimientos» y «belenes» que se colocan en numerosas casas particulares, en las iglesias y en numerosas entidades.

Se quiere escenografiar en ellos lo que ocurrió en aquel entonces. El marco humano y social que Dios escogió para hacerse visible a los hombres. Escogió a una familia pobre, no a una familia rica. Una familia que se había desplazado desde Nazaret, al norte, hasta Belén, al sur, para cumplir una orden del emperador romano. Una familia que cuando llegó a Belén no pudo alojarse en ninguna hospedería porque todas las plazas estaban ya ocupadas por otras personas que habían llegado antes. Se vio obligada a pernoctar al descubierto. Fue precisamente en estas circunstancias cuando le llegó a la madre, que había hecho el viaje en un estado de embarazo muy avanzado, el momento del parto.

Como es costumbre en estos casos, vino gente a felicitarla por el alumbramiento, y porque tanto ella como el recién nacido se encontraban en perfecto estado de salud. No vino nadie de la capital Jerusalén, no vino nadie de un entorno social elevado o adinerado. Vinieron unos pastores de las cercanías que también estaban pasando la noche al raso. Esto es lo que los «belenes» y «nacimientos» quieren hacer visible.

Todas estas circunstancias no fueron producto de una casualidad. El nacimiento de Jesús tuvo lugar en un marco de circunstancias expresamente planificado por el mismo Dios. Al entrar en el mundo de los hombres, Dios eligió el escenario de su preferencia.

Todas estas reflexiones nos invitan a tener una visión del mundo lo más parecida a la que tiene Dios. Dios se encuentra más a gusto entre los pobres. Se encuentra más a gusto, porque es donde tiene más ocasiones de ayudar, de consolar, de atender a los necesitados. Eso es justamente lo que haría el niño Jesús cuando fuera adulto. Caminaría por los pueblos y aldeas de Galilea, curaría con su fuerza sobrenatural a los enfermos, admitiría la proximidad y el contacto con los leprosos a quienes las leyes judías prohibían la entrada en los núcleos urbanos. En un mundo como el que nos ha tocado vivir, donde más de 1.000 millones de personas no disponen de más de 1 euro diario, menos de lo que cuesta un café en un bar, la Navidad es el momento de reflexionar sobre la coherencia entre el mundo que hemos construido los hombres, con el mundo que Dios desea que construyamos.

Los pobres están unas veces cerca, en nuestra ciudad, en nuestra comunidad autónoma; otras veces están lejos, en el Africa subsahariana, en la India, en Siria, en muchos otros sitios. La Navidad es el momento adecuado para abrirnos a ellos. Celebrar la Navidad de espaldas a los pobres es pervertir su sentido.

*Profesor jesuita