La filiación de Rodolfo Illanes habría entroncado con la Casa Stark? No es ni bueno ni malo: es lo que hay. Y en este mundo cada vez más escorado hacia la realidad virtual, cómo no recurrir --como siempre se hizo, desde que Odiseo se burló de las sirenas- a la pedagogía fantástica. Posiblemente, el viceministro boliviano de Régimen Interior no tenía aspecto de haber nacido en Invernalia, ni se acercó a parlamentar con los mineros bajo el pabellón del Lobo Amenazante. Sin embargo, su final parecía tan dramáticamente guionizado como si su linaje se adscribiera a esa dinastía siempre temerosa de que se acerque el Invierno. El señor Viceministro fue linchado por una turbamulta que entendía propicio volver a la barbarie de matar al mensajero, quebrando uno de los principios sacrosantos básico de cualquier conflicto, que pasa por respetar la tregua y al interlocutor.

Venga la tragedia boliviana, no para ponerse a la altura del escenario nacional, sino para practicar un ejercicio catártico para reconsiderar la ingratitud hacia los que tienden a construir puentes en el enfrentamiento. Me viene a la memoria un reciente artículo que denunciaba la resabiada práctica del No news, good news, más en un país en el que lo bueno no parece noticiable, sino incluso reprobable. Se refería al poco hueco mediático de seguir ocupando este país el primer puesto en el ranking del sistema de trasplantes. Pero se hace extensivo a muchos otros ámbitos.

Alabo, pues, sin entreguismos, la actitud de Ciudadanos. Obviamente, la política no es un refectorio de hermanas ursulinas y todos los partidos, sin excepción, mueven sus fichas arrastrando sus propios intereses. La clave estriba en conjugar esos propósitos con el interés general. El partido de Rivera no es ajeno a esa defenestración de las actitudes constructivas que de una forma cainita desprecian los electores. Ciudadanos ha de ser consciente de que en unas terceras elecciones todo su esfuerzo puede disolverse como un azucarillo. Pero ello no minimiza su actitud pro activa. Desde luego, con todas sus bisoñeces, empatizo más con la vanguardia de la iniciativa frente a la eficacia silente del tiempo largo y la desesperación, que tanto fruto le ha dado a los conservadores, con un jefe que imita al grajo corcoya, que feliz y pacientemente aguardaba a que cayese la breva.

Un acuerdo de investidura es un tiempo cero, el simple y trascendente momento de enfilar las fichas de la partida y quebrar el limbo, ese espacio inter temporal donde la asunción de responsabilidades flota como los gases nobles. Este PSOE, cada vez más tetanizado al zapato de Kruschev, también tiene su coartada. O su coartadilla. La cúpula socialista juega a tramutarse en Míster No, confiada en que el colapso de los últimos comicios para Podemos mantenga a Pablo Iglesias como una bella durmiente al que arrancar un buen puñado de escaños. Pero la otra realidad es ese cesarismo flácido, barones que se miraban de reojo como los integrantes de una escapada, mientras otro ciclista les birla el triunfo de la etapa. González está más que amortizado, pero sus escamas y sus leyendas negras aún no han horadado suficientemente su sentido de Estado. No soy una voz que clama en el desierto cuando también vindico que este no es el PSOE que he conocido, que malamente me lo han cambiado.

* Abogado