No llevo la cuenta de las personas que se mueren de un infarto en plena efervescencia profesional, pero sí de cuantos lo hacen siendo abogados, amigos muy queridos algunos y sinceramente estimados todos porque sentirte perteneciente a un grupo da eso, que eres compañero de viaje para siempre cuando te sientes y eres abogado de verdad.

Tal vez no haga falta un profundo estudio médico-científico que relacione y enumere las causas que provocan que en esta bendita profesión se dé tanto el «ahora estás», «ahora no estás», para saber que sin duda afectan el colesterol, el tabaco, el estrés, la última copa de la tarde, el sedentarismo, etc. Pero esos estudios seguramente no añaden que existen otros factores: la tremenda soledad del abogado cuando siente que bajo su responsabilidad está en juego la libertad, la familia, el futuro, o la economía de otra persona; ese sudor frío que se instala entre la toga y tu cuerpo cuando solo depende de ti lo que le ocurra a la persona que tienes delante; las muchas noches de insomnio y las otras en que te despiertas en mitad de la nada porque encontrar el atisbo de duda o esperanza para alguien que vino a confiar en ti no te deja caer en los ansiados brazos de Morfeo; que los plazos nos agobian y de qué manera, porque además somos los únicos que los cumplimos; que los problemas de los clientes se convierten en parte de tu día a día; y que nuestra vida discurre entre el mundo de ahí afuera y el de las más íntimas y tremendas miserias humanas que conocemos entre las cuatro herméticas paredes del despacho y con las que debemos lidiar para luego dejarlas aparcadas, como si nada. ¡Quién pudiera!

Paco, el otro Paco, o mi querido Ignacio Sara... Cuando aún no me repongo de la repentina noticia de tu pérdida, sirvan estas líneas para recordar, para los que no lo sepan, que eras un buen hombre, atento y educado, una persona honesta, un buen compañero y amigo y desde luego un buen abogado. Abogado desde aquellos años en que aún sin serlo, ya defendías en la biblioteca en la que estudiabas con tu sonrisa de galán como bandera, a alguna atrevida compañera a la que le tiraban aquellas bolitas esos con los que tú andabas y con los que tanto, tan largo y tan buen camino has llevado. Todos te recordaremos siempre.

* Abogada