La niña autoexigente y competitiva se mira el informe de fin de curso que la maestra ha entregado a los padres y dice: un «¡poco!». ¿Por qué tengo un «poco»? En el documento no hay notas convencionales pero la niña, que quiere darlo todo y sabe que sus capacidades se lo permiten, se ha marcado el objetivo de sacar en todas las competencias un «mucho». Por el contrario, el niño nada ambicioso y un poco vago se conforma con la lista de «bastantes» que le han dado. Si sin esforzarse demasiado ya lo hace todo «bastante» bien, ¿de qué le serviría hacer más? Sus profesores se lo dicen siempre, que si trabajara un poco más obtendría mejores resultados, pero él no ve que haya ninguna necesidad de hincar los codos solo para cambiar los «bastantes» por los «muchos».

En los últimos cursos de EGB tuve un profesor de matemáticas muy exigente, Vicenç Garriga. A todos nos daba un poco de miedo, era de la antigua escuela. No era nada complaciente, nos mandaba los trabajos y lo mínimo que esperaba era que los hiciéramos. Su rectitud, el hecho de que lo esperara todo de nosotros, me servía de acicate para aumentar mi rendimiento. No era el más popular de los maestros pero a menudo hablábamos de él.

Años más tarde lo recordaríamos con afecto y agradecimiento por lo que nos había dado, mucho más que un profesor de francés con quien no aprendimos ni una sola frase de esa lengua. Nos dejaba hacer lo que quisiéramos en clase. Vicenç, en cambio, guardaba las distancias, no nos daba palmaditas en la espalda. Si no hacíamos lo que teníamos que hacer, nos regañaba. Si cumplíamos con sus exigencias decía bien o muy bien sin grandes halagos, al fin y al cabo aquella no era más que nuestra obligación. A los alumnos que sabía que podíamos dar más, nos exigía más que al resto. Me acuerdo de un día en que llegué sin haber hecho los deberes y me dijo: «¿Qué? ¿Te quieres pasar al otro bando o qué?». Y nunca más volví a despistarme.

Es una suerte tener maestros exigentes y sistemas de evaluación claros para medir las capacidades. El esfuerzo es uno de los aprendizajes más imprescindibles. Sin él seremos vulnerables cuando salgamos a la vida real, nos ablandaremos como acelgas al sol. La capacidad de ir más allá de lo que en primer término podemos hacer, de aprovechar el gran lujo que es la educación en sí misma y crecer, saber que estamos creciendo alcanzando los objetivos que nos marcan. Hacernos conscientes de nuestro grado de inteligencia y entender que en esto también somos diversos. La evaluación clásica, la que va del 1 al 10 o del insuficiente al excelente, es una manera notable de calificar el rendimiento, un marco claro para entender los límites, incluso los de la vida misma. Pero esforzarse no está de moda en la cultura de la eterna adolescencia en la que vivimos y ahora incluso los alumnos de la ESO dejarán de tener notas como las de antes.

* Escritora