José, han sido varios los medios de comunicación, que me han solicitado información sobre tu conducta durante nuestra estancia en Bosnia-Herzegovina allá por 1994. Siempre declaré no tener constancia de haberte tratado en aquel infierno llamado Mostar, aunque cabe la remota posibilidad de que en alguna ocasión compartiéramos servicio.

Leo la prensa, y me indigno al comprobar cómo ahondan en tu pasado militar, buscando indicios de perturbación psicológica, para justificar tu extraño comportamiento. Es normal que cuando está en juego la vida de criaturas inocentes, hay que revisar de manera minuciosa, el pretérito de las personas con sospechas de implicación ¡y tú lo eres!, pero insinuar que la desaparición de tus hijos, Ruth y José, pueda guardar relación con un desorden emocional adquirido durante tu etapa en nuestras Fuerzas Armadas, en la Agrupación Córdoba, durante la Misión de Paz en la antigua Yugoslavia, me parece un insulto a la institución militar, y a la encomiable labor de tus compañeros, aquellos que velamos durante siete largos meses por el cumplimiento del alto el fuego, dimos seguridad a los convoyes de ayuda humanitaria y reconstruimos en gran medida los destrozos originados por la maldita guerra balcánica.

Parte de la opinión pública ya te ha condenado, por lo que nunca apostaría por tu inocencia como José Bretón, pero sí te defenderé como casco azul , teniendo la certeza que las vivencias en territorio bélico, muy lejos de convertirte como algunos piensan, en maltratador, psicópata o asesino, sirvieron para sensibilizarte ante las injusticias, calamidades, y penurias (sobre todo de la población infantil).

Ahora, ¡después de casi 18 años!, tu letrado alega que regresaste tocado del mencionado conflicto armado. ¡Y quién no! Pero el trastorno padecido tras la dura experiencia, de ser cierto, solo pudo aportarte paz y serenidad, en ningún caso, te convertiría en un hombre agresivo y violento. ¿Te acuerdas, José, cuando compartías comida y agua con los chiquillos, mujeres y ancianos de Mostar? ¿Recuerdas las interminables patrullas nocturnas por Mariscal Tito?, y ¿qué me dices de la desagradable sensación de tener siempre a un francotirador apuntando a tu cabeza? ¿Conocías a quienes no tuvieron la suerte de volver, ofreciendo sus vidas?

Sabes, como militar que un día fuiste, que en tu hoja de servicios, el valor "se te supone", y yo desde estas líneas, te reto a que lo demuestres, colaborando con la ley y la justicia, y confesando todo aquello que sirva, para encontrar a tus hijos. Tus compañeros de uniforme te lo agradecerán.

El Ejército te devolvió a la sociedad como un hombre noble, digno y honrado, ignoro lo que ésta ha hecho después contigo.

Antonio Lozano Herrera

Tomares (Sevilla)