Se nos fueron 2017 y cuarenta y ocho mujeres asesinadas por la violencia de lo que confundieron con amor. ¿Cuarenta y ocho? No; ¡muchas, muchas más! Millones de muertas en vida, porque les mataron la conciencia de lo que sufren, que es el peor aniquilamiento que puede padecer un ser humano. Las tenemos en el piso de al lado, en la cola de la compra, en la parada del autobús, en el despacho, en el ascensor, en el restaurante. Están por los supermercados, encadenadas para siempre al peso de una bolsa; en las cocinas, agua y estropajo, cuchillo y patatas, grasa, humo, fuego; en las salas de estar, silencio tras silencio; en los dormitorios, soledad y madrugada, lágrimas e insomnio. Ni el espejo las ve. Viven muriéndose, doblegadas para poder soportar la brutalidad, callada, astuta, invisible, de su pareja; esa brutalidad soterrada, difusa como niebla, constante, que les niega todo, hasta la palabra; solo reproches y vacíos. ¡Ese sádico, sonriente ante los demás, feliz, hablador; el centro de la reunión, simpático con todo el mundo; siempre dispuesto a atender, a hacer favores, a celebrar más fiesta! Tan bien camufla su brutalidad, que la mujer tuvo que ahogarse la conciencia para sobrevivir, y se siente culpable, convencida de ser la que estropea el bienestar del sádico, y sacrifica su alegría, su libertad, sus ilusiones con tal de que su vida pase en la menor violencia posible. Pero la violencia crece y crece, porque así es el sádico, cuanta más doblegada tiene a la víctima, más la aplasta y aniquila. Esa violencia de ser tratada como nada, hasta acabar por defender y proteger a su verdugo, negando ante los demás y ante sí misma el dolor de vivir muerta. Sometió hasta el cuerpo a la voluntad del violento. ¡Qué más da! Cada vez le hace menos caso. Estas mujeres son como esas semillas que las hormigas muerden en el punto donde está la capacidad de germinar. Tienen el aspecto normal, pero ya no brotarán, ni crecerán, ni saldrán a la luz de vivir en la conciencia de ser libres. Confunden la soledad con la libertad de poder moverse en la celda que el violento les construye. Son peor que criadas, porque no cobran ni tienen descanso; peor que esclavas, porque no ansían la libertad. Así una vida entera, disimulada y enterrada en una muerte de cada día.

* Escritor