Trump empieza a mandar a los cien años de la revolución rusa, cuando el río Moscova comenzó a moverse por Moscú y el Nevá movió aguas por la igualdad en San Petersburgo, por donde los zares hacían su voluntad por encima del bienestar de sus súbditos. En la cuesta de enero, cuando a los humanos que no viven de las caprichosas y variables cuentas de los bancos, como ya lo hicieron Blesa y Rato en su día, les cuesta agarrarse al porvenir. Un año este que empieza en el que, como los últimos, los problemas se van al destino que el capital les ha señalado: trabajadores y pensionistas. Mientras la sociedad se entretiene enseñando a sus hijos a doctorarse en pelar cebollas y guisar platos en la televisión, como si el oficio de cocinero redimiera al país de todo mal y el futuro de nuestros hijos volviera a parecerse al de aquellos jóvenes que vivían en las cocinas preparando almuerzos y cenas a césares, zares o cargos comunistas reconvertidos en señores que se aprovechaban de la igualdad. La historia siempre ha estado cargada de desigualdades. Por eso resulta tan atractivo Jesucristo, porque señaló el mal y alertó a los pobres a caminar en busca de la justicia. Y acusó con el dedo a los doctores del templo, que empleaban su sabiduría en imponer su criterio y hacer mercancía de las creencias. Y por eso la revolución rusa, la que predicaba la igualdad, resulta atrayente en esta época de Trump, donde las desigualdades van cogiendo tanta distancia como la que existe entre una oficina de ruines dirigentes del capitalismo sin entrañas y una oficina de desempleo donde acuden los desesperados buscadores de trabajo. La cuesta de enero remite a la vida, que siempre ha estado dominada por quienes manejan el dinero, que concede a quienes lo controlan, y a sus familiares, jubilaciones de oro y a quienes tienen que pedirlo, miserias vigiladas por Hacienda. 2017, un año, como el del 2016, en el que la ciudad, esta vez la amante del fútbol, construyó una ilusión, la de los cuartos de final de la Copa del Rey, que se vino abajo cuando el Alcorcón deshizo las líneas del Córdoba y convirtió a este tiempo, precisamente en la cuesta de enero, en unos graderíos en lucha contra los contratiempos. 2017, el año de la revolución, lo estrena el Ayuntamiento de Córdoba recuperando para los coches la calle María Cristina y la historia que los romanos construyeron por Claudio Marcelo, con la edificacion de uno de sus templos, y los cristianos, mucho tiempo después, con el camino que va de la renovada calle Capitulares a la Sala Orive, una vereda donde frailes y curas se levantaron espadas. 2017, el año en que Trump empezará a gobernar el mundo con la revolución como la única y lógica salida.