S e cumplen cien años del malestar suscitado en Rusia ante la adversidad en la Gran Guerra y la falta de suministro en sus ciudades de retaguardia. Sus habitantes estallaron contra el zarismo, al que hicieron desaparecer en cinco días. El octubre rojo de Vladímir Ilich Uliánov y la revolución bolchevique, con la toma del Palacio de Invierno y la formación del gobierno por él presidido, no se conciben sin aquellas fechas. El desconcierto económico, las privaciones generalizadas, la desmoralización de las tropas y del país, fueron razones más que suficientes para crear el fermento revolucionario que llevarían a tan conocidas jornadas.

El 23 de febrero (según el calendario juliano vigente entonces en Rusia, 8 de marzo según el calendario gregoriano) las manifestaciones de mujeres en San Petersburgo pidiendo el fin del combate al grito de «pan y paz» supusieron el principio del fin de la autocracia. El amotinamiento de los soldados en la noche del 26 al 27 de febrero (12 de marzo) y su hermanamiento con los obreros a los que, en la huelga general, se negaron a disparar, es algo que sorprendió a las autoridades, que al no tener poder en todo el territorio no pudieron impedir que se formara una Asamblea Constituyente, ni tampoco la proliferación de sóviets o comités, que llegaron a contar con sus propias milicias armadas. La rebeldía de las masas desconcertó también a los partidos revolucionarios, cuyos dirigentes no supieron reaccionar ante los acontecimientos. El gobierno provisional del príncipe Luov, formado el día 27 por liberales y demócratas y en el que Kerenski destacó sobre otros, fue apoyado por los socialistas moderados, quienes perdieron así su oportunidad, al entregar el mando a la burguesía. En aquellos momentos éste era dual: por un lado, lo ejercía la Duma; por otro, el Comité Ejecutivo del Sóviet de Petrogrado.

La Asamblea Constituyente decidió conceder una amnistía y continuar la guerra. En tal circunstancia cobró importancia la vieja polémica entre bolcheviques y mencheviques sobre qué actitud tomar de cara a la revolución social. Para los últimos, la hora aún no había llegado. Aferrados a la idea de que Rusia se hallaba en las vísperas de una revolución burguesa, y no socialista, secundaron a los marxistas legales, al insistir en la teoría revolucionaria y aplazar la acción hacia un futuro todavía remoto. Así, apoyaron a los “economistas” para dar preferencia al concepto económico de clase frente al de pensamiento político de partido, afirmando que el único objetivo que podía proponerse en aquella etapa a los obreros era el mejoramiento de su situación, siguiendo en esto a los revisionistas alemanes y defendiendo la presión parlamentaria sobre el gobierno burgués a fin de lograr reformas favorables a aquellos, en lugar de ampliar la acción revolucionaria para destruirlo.

Destronado el zar (el cual abdicó en su hermano, el gran duque Miguel, quien renunció a la espera de cuanto se decidiera en la Asamblea Constituyente), el camino a seguir era: o precipitar el proceso político (tesis bolchevique), o bien no hacerlo, continuando con los citados esquemas mencheviques. Lenin, a lo largo de abril, criticaría la postura blanda de colaboración, no estando de acuerdo con cuanto defendía al respecto Kamenev. Para aquél, la dictadura del proletariado era vital, según defendía en su libro El Estado y la revolución, en el que respaldaría la tesis de «todo el poder para los sóviets». En mayo el gobierno modificó su composición, dando entrada a los socialistas que representaban a los comités. A lo largo de junio se dio un paso más, al no aceptar los bolcheviques la gestión que se llevaba a cabo por parte del Ejecutivo. El ejército, en San Petersburgo, abortó un intento de golpe de estado bolchevique.

Durante el gobierno de Kerenski, en el que entraron mencheviques y socialistas revolucionarios, los bolcheviques quedarían aislados. En agosto se produjo un intento zarista de retorno al mando, golpe que fue derrotado por la actitud del pueblo, no siendo hasta octubre cuando llega todo el poder a los sóviets. Desde febrero a octubre de 1917 la revolución pasaría por diversas vicisitudes, con falta de autoridad en el territorio por parte del Gobierno Provisional y de resoluciones del régimen democrático, lo que precipitó la Revolución de Octubre de Léon Trotski y Lenin, quienes acabaron con el ejecutivo y pidieron abandonar la guerra, la mejora de las condiciones de vida de los obreros, el reparto de tierras a los campesinos y el reconocimiento de las minorías nacionales, lo que precipitaría la Guerra Civil, con imágenes que quedarían fijadas en mi retina, sobre todo por las que Eisenstein nos proporcionó en su magistral película sobre los hechos del Octubre Rojo.

* Catedrático