Las tropas ocupantes de EEUU abandonaron Irak en diciembre del 2011. Hoy, en Bagdad hay un Gobierno de unidad nacional, que representa a la mayoría chií, a la minoría suní y a los kurdos. Después de años de casi total inactividad, la producción de petróleo recupera los niveles de 1990 y tiende al aumento. Sin embargo, cada semana medio centenar de personas mueren en atentados y las protestas contra el primer ministro, el chií Nuri al Maliki, se suceden de forma regular. Con la única excepción del petróleo, apenas se registra actividad productiva y los fondos para la reconstrucción se pierden por los intrincados caminos de la corrupción. La guerra se acabó, pero Irak no logra superar el legado de la dictadura de Husein, los 10 años de escasez derivada de las sanciones económicas internacionales tras la primera guerra del Golfo (1990-1991) y menos todavía la invasión de EEUU. Aquella guerra basada en la falsedad de la existencia de armas de destrucción masiva ha causado cerca de 200.000 muertos civiles --entre ellos los periodistas españoles Couso y Anguita Parrado--, arrastra aún millones de refugiados y de desplazados y le ha costado a EEUU cerca de un billón de dólares. En Irak, la inestabilidad política es máxima y no se descarta un nuevo enfrentamiento sectario, que podría verse alimentado por la vecindad con Siria y la presencia de fuerzas salafistas en aquel conflicto. Pese a la magnitud del desastre con el que se saldó la invasión, lo más cercano a un reconocimiento del gravísimo error que fue aquella guerra son las recientes palabras de Blair, admitiendo que el Irak de hoy no cumple con lo esperado en su momento. Magro consuelo para una sociedad humillada, empobrecida y traumatizada.