Llevamos unos años sin restricciones de consumo. En realidad, en Córdoba capital hace décadas, creo yo, porque siempre ha habido reservas, aunque a veces se haya notado en el sabor del agua que la situación estaba al límite. Pero, repito, llevamos años sin que la sequía se traduzca en mucho más que preocupación para los agricultores y las cosechas. O en estos incendios espantosos del verano, que en algo influirá eso que llaman estrés hídrico de los árboles para facilitar que sean pasto de las llamas. Y observo a mi alrededor que muy pocas personas mantienen esas costumbres que tantas veces nos han inculcado cuando hay sequía: cerrar el grifo mientras te cepillas los dientes o te enjabonas las manos, ducharse rapidito, llenar la botella y meterla en el frigorífico en vez de dejar el agua correr hasta que se refresca, regar con cuidado y sin desperdiciar, vigilar bien la piscina el que la tenga… Como el agua corriente, que es uno de los mayores lujos que ha alcanzado el ser humano, es barata, se tiende a valorarla poco y a despilfarrarla. Todos esos pequeños gestos no benefician a nuestro bolsillo, sino a la comunidad. Son actos de solidaridad que tienen más sentido en estos momentos, en los que, según leo en su periódico, la cuenca del Guadalquivir está al 46% de su capacidad de embalse. ¡Hagamos todos un esfuerzo!