Pretende Ciudadanos hacernos ver sus ocurrencias como una nueva forma de hacer política, cuando en realidad estamos ante aquello que Lampedusa puso en boca del sobrino del Príncipe de Salina, «si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie». La voz «Nación» tiene su origen en el verbo latino nascor (nacer). Podríamos decir, con Mancini, que es una «Sociedad natural de hombres, con unidad de territorio, origen, costumbres e idioma, formada por la comunidad de vida y conciencia social». La nación supone un proceso dinámico de integración y superación de antagonismos, todo ello gracias al predominio de lo que liga sobre lo que separa. En su acepción actual se utilizó por primera vez en España en la Constitución de 1812. La idea de Patria se entiende desde el sentimiento consciente. La nación toma conciencia de sí misma, uniendo el pasado con el porvenir. Nos sentimos vinculados por un patrimonio histórico de valores y logros colectivos que nos impele a seguir adelante. Ambos conceptos se recogen en el Preámbulo y en el artículo 2 de la Constitución.

En su plataforma España Ciudadana el partido naranja obvia que el ejercicio del patriotismo exige el conocimiento previo de lo que son la Nación y la Patria españolas, y este acervo cultural ha de ser impartido e inculcado. Muchos de los problemas de nuestro país vienen de la ausencia de esas nociones en nuestros programas educativos. Los complejos y la falta de voluntad didáctica han permitido que la idea de España haya sido contemplada por las generaciones posteriores a la Transición en términos negativos. Por ejemplo, muchas aseveraciones infundadas de la Leyenda Negra que hemos asumido acríticamente. Las falsedades de los libros de texto de los nacionalismos sediciosos son menos peligrosas para la unidad de la Nación que las verdades que se han venido ocultando en los del resto de España, privándonos de un argumentario sólido que oponer a esta nueva mitología periférica supremacista. Difícilmente podemos hablar de un «proyecto sugestivo de vida en común», en palabras de Ortega, si el pasado no sirve de cimiento. A los señores de Ciudadanos, quienes en su «españolismo» ofrecen la alcaldía de la segunda ciudad de España a un expresidente francés, solo les pedimos humildemente que, como ocurre con la madalena de Proust, no confundan la Patria con la tortilla de patata.