Solo hace dos años que Obispado, Delegación de Cultura-Turismo de la Junta, Ayuntamiento y Agrupación de Cofradías determinaron trasladar la carrera oficial de la Semana Santa de Córdoba al entorno de la Mezquita-Catedral. Se supone que tras una muy difícil deliberación y pleno acuerdo. Y entre los argumentos que esgrimieran para dicho traslado, uno debió ser fundamental y decisivo, a saber, que en este entorno único en el mundo, la Semana Santa de Córdoba ganaría enormemente en su ya tradicional belleza y esplendor.

Por eso no puede entenderse que los responsables de estas instituciones, con sus técnicos y asesores, hayan caído en la torpeza de diseñar y disponer la instalación de un horrendo tinglado de palcos y celosías a lo largo de todo el recorrido. Sí, torpeza. Porque los palcos, por muy cómodos y rentables que sean; y las celosías, por mucho que eviten que la gente se detenga a ver sin pagar, resultan ahí, parafraseando el dicho popular, como un Santo con dos pistolas. O todavía peor. Están contribuyendo a depreciar el Patrimonio Cultural e Histórico de Córdoba, pues agobian y desfiguran el entorno de la Mezquita-Catedral, su núcleo más rico y precioso. Seguro que muchos cordobeses, y quién sabe si miles de turistas, hemos sentido verdadera grima, mientras esta Semana Santa subíamos desde el Triunfo a Santa Catalina por el Patio de los Naranjos, observando cómo fachadas, rejas, balcones y muros seculares habían quedado medio escondidos entre hierros, tableros, toldos y hules, muchos hules rojos... De verlos tapados por tan fea tramoya, ¿hubiera podido escribir Góngora: «Oh excelsos muros, de torres coronados»?