Me gusta. Realmente me gusta. Reconozco que estoy impresionado por la huelga general a la catalana. Me encantaría que a partir de ahora las convocatorias de huelga se lleven a cabo sin autorización previa, que sin oposición de la policía se puedan hacer manifestaciones y concentraciones de personas en cualquier lugar. Claro que también me ha encantado saber cómo se cortan carreteras y autopistas con tractores, con barreras humanas, jugando al parchís o al ajedrez, o quemando neumáticos sin ninguna represión de las fuerzas de Orden Público. Me chifla también saber que si formo parte de un piquete, los establecimientos que quiera obligar a cerrar me den toda clase de facilidades y no corra el peligro de que me condenen a tres años de cárcel como a nuestro paisano el joven médico Carlos Cano. Quiero que los empresarios y/o el Gobierno me paguen el salario aunque no trabaje por estar de huelga. En definitiva, llevar a cabo cuantas acciones me vengan en gana, sean legales o ilegales. Lo diga un juez, un fiscal o el Tribunal Constitucional, me da igual. Parece que todo eso es un sueño pero despierto y estoy en Andalucía donde nada de eso es posible, salvo que quiera independizarme y así hacer lo que me dé la gana y que la policía me aplauda. Por supuesto, que a la policía les firmaría lo que quisieran y luego les daría rosas y claveles. Faltaría más.