Meditando sobre el desgraciado incendio ocurrido cerca de la localidad onubense de Moguer, me viene a la memoria el dicho popular: «Lo que faltaba para el duro».

Como no tenemos bastante con los problemas del cambio climático y la destrucción de la capa de ozono y el medio ambiente, va ahora la mano del hombre asesina y, sin ninguna justificación, va y le pega fuego al monte por un capricho personal o egoísmo propio. Se escucha decir que los motivos son por no recalificar los terrenos. Es decir: había que fijarse hasta dónde llega la maldad humana. El pirómano destructor fascista se cree que el bosque es suyo, no tiene bastante con su hogar urbano y como no le deja la ley edificar su parcela para capricho o comodidad personal, coge una cerilla y acaba con miles de hectáreas que son, por otra parte, trascendentales para la vida humana.

Un árbol y la propia naturaleza es nuestra segunda madre y más, en los tiempos actuales de alta contaminación. Quien prende fuego a una rama o echa vertido o petróleo al mar nos está matando al ser humano. Por lo tanto, es un asesinato brutal en toda regla. Ese pirómano cruel tiene que ser enviado inmediatamente a la cárcel y, si es posible, con cadena perpetua y, por supuesto emplear mucha más mano dura contra estos misteriosos delitos.

Es imposible justificar y concebir dichas actitudes humanas. Porque lo que es evidente es que una hoja o una rama no arde sola. Eso es evidente y lo sabe hasta «niños de parvulitos». ¡Vamos, por favor! Es completamente falso que existen incendios intencionados y otros no. Todos son provocados. ¡no lo consintamos ya más!