Vivía, mas no apreciaba los detalles de la vida. Sumergida en sus propias sombras, oculta bajo descripciones ajenas y prisionera de sus propios miedos, pervivía. Contemplaba su poder bajo un prisma de inferioridad. ¿Quién era y qué valía?, se preguntaba todos los días. Un diamante sin pulir, alguna vez le oyó a alguien decir. Se miraba en el espejo y este reflejaba una imagen que su mente no apreciaba. Sabía que bastaba transformar su forma de ver, el enfoque que le daba a su vida y a su persona, sin embargo, no lograba dar con la tecla mental que la hiciera mejorar. Buscaba constantemente ayuda en los demás. Iba en busca de las palabras que los demás le decían y ver si así, algún efecto en ella surtían. Y se olvidó del valor de sus propias palabras que tan o más valiosas eran, cuando en su interior reinaba la paz.

Habían sido tantos años de auto maltrato, que, de alguna forma, se había convertido en el reflejo exacto de aquellas insanas palabras que tan poco bien le hacían. Y todo empezó cuando creyó que no valía, que no era hermosa y que algún «príncipe» la salvaría. Cuando creyó no merecer su propio amor y que ir en busca de alguien que sí la amara, la haría ser una mujer más valiosa, más digna y más hermosa. Y en la soledad de su propio yo, pues ni acompañada se sentía arropada, empezó a luchar con sus arraigados pensamientos. Y se dio cuenta que ella era su héroe y heroína, que ella misma se salvaría. Y empezó día a día a mimarse, a deleitarse con su presencia y con su propia esencia. Y se hizo la firme determinación de amarse primeramente, y por encima de todo y de todos, a ella. Ella buscaría solución a sus problemas y ella iría en busca de su alegría y felicidad.

Ella empezaría a vivir plenamente, consciente ahora de cada detalle que la vida, también, le regalaba. Porque una caída no implica una derrota, al igual que un fracaso no implica, necesariamente, un tachón. Porque equivocarse, levantarse y volver a empezar forman parte del aprendizaje y enriquecimiento personal. Y un día decidió amarse y deleitarse con el amor de la persona a la que más aprecio tendría: «ella misma, su propio amor».