Hoy te has ido para siempre. Te vas después de luchar dos años con esa maldita enfermedad. Dos años que han sido un regalo, y en los que, como siempre a lo largo de nuestra vida, nos has seguido enseñando. Te has ido dando una lección de vida y haciendo fácil a los que te querían este amargo tránsito. Te puedes ir tranquila, sabiendo que nos sentimos orgullosos de todo lo que nos diste y nos enseñaste: la base de lo que somos y de lo que nosotros hemos creado.

Nos has dado el amor por la familia, la educación, el respeto y todo lo necesario para afrontar la vida, y lo hiciste tú sola, sin la ayuda de papá, al que su profesión apartó de esas labores. Cuánto habría sufrido él si hubiera tenido que afrontar tu enfermedad, y que «extraña suerte» que su Alzheimer le haya ahorrado todo este mal trago.

Ahora te vamos a llorar, rotos por el dolor. Solo serán unos días, porque luego vamos a celebrar con alegría el haberte tenido. Nos reuniremos, como a ti te gustaba, y lo haremos contigo presente. Sin olvidar todo aquello que nos inculcaste, todo aquello que, a su vez, hacía crecer la unión de la familia. Todo aquello que nos ha hecho un poco más grandes y mejores.

Nos reuniremos, y lo haremos para que, estés donde estés, te sientas orgullosa.

Marcha en paz. Esto no es una despedida solemne. Es una transición. Ahora vas a estar a diario con nosotros, en el recuerdo y en cada decisión. Nunca te vamos a olvidar. Hasta siempre, mamá.