Hace 42 años que vine a esta encantadora ciudad. Vine por un año y me quedé, yo creo que para siempre. Fue una cosa accidental, para coger la plaza y al año hacer el traslado. Jamás pensé, que ésta sería la ciudad donde se consolidarían mi profesión y mi vida.

Me causó una gran sorpresa que todo el mundo me saludara con un beso. Pero... No era eso solo lo que no entendía, sino que por la mañana y luego por la tarde o al otro día me volvía a besar... Y menos entendía que los hombres, sin ser tu padre, tus hermanos o primos también me besaban... Y si pasaban dos o tres días, era como si hiciera un año que no me veían. Pero me gustó y mucho, yo también besaba a diestro y siniestro. ¡Qué pronto aprendí! Tanto... que cuando llegué al pueblo, la primera vez, también comencé a besar... con la gran sorpresa de todos. «Perdonad, no me he dado cuenta, es que en Córdoba todo el mundo se besa». ¡Hasta los hombres con los hombres! Más sorpresa aún.

Recuerdo uno de los primeros partos que hice, fue una recomendada de la parroquia a la que comencé a ir. No la conocía, ni al marido. En aquellos tiempos, los maridos no entraban al paritorio, ni veían a su mujer ni al niño o niña, hasta no pasar las horas reglamentarias. Pero yo quise que ese niño lo viera su papá enseguida y, saltándome las normas, lo mandé llamar; y en un pasillo cerca del paritorio donde no me viera la jefa de partos, le enseñé a su niño. Las lágrimas de ese hombre, el abrazo y el beso que me dio, se me grabaron para siempre: ¡Un desconocido me ha besado, me ha abrazado! Dios mío qué costumbre tan bonita, tan preciosa, tan humana, tan barata y tan fácil. No hay mejor regalo, os lo juro...

Desde entonces, beso como una auténtica cordobesa, o quizás más. Es que es la forma de agradecer algo; un beso te emociona, te transmite vida, paz, alegría, amistad, agradecimiento, cariño... Qué bonito es un beso. Y qué barato.