Aprendimos a respirar y a vivir fuera del vientre de nuestra madre. Y desde ese momento, hasta el final de nuestros días, seguimos respirando, caminando y viviendo. Afortunados, quienes tuvimos la suerte de que nuestros padres nos acompañaran en nuestro primer caminar. Ellos nos guían y con su ejemplo, a veces, enseñan, para que un día el caminar sea propio y la elección del camino transitado sea el más acertado. Pero uno no siempre acierta. ¡Equivocarnos es de humanos, rectificar también! Y es que las circunstancias del momento vivido, condicionan la elección del camino a seguir. A veces, uno tropieza en él, cae, se levanta y vuelve a retomar el viaje. A veces, uno simplemente cae y no se vuelve a levantar más. Circunstancias personales, destino y azar acaban actuando en conjunto, guiando nuestros pasos. ¡Qué importante, es entonces, saborear cada minuto del camino o, al menos, quedarse con el aprendizaje que en él, siempre, encontramos! No siempre vivir, respirar y caminar son acciones que reportan a nuestra persona la mayor felicidad. No todo el mundo tiene las mismas circunstancias, el mismo destino y la misma suerte. Por ello, es de vital importancia envalentonarnos con nuestra vida y hacerle la mayor propuesta de compromiso que en ella habrá: ¡Caminaré y seguiré caminando, siempre que pueda! Porque no hay caminante sin pasos, sin huellas y sin camino. Al igual que no hay camino sin penas y sin alegrías, ¡qué también las hay! En estos tiempos y siempre, valió y vale el ser fiel a uno mismo, a los principios y convicciones de uno. Valió y vale el caminar, aun cuando las fuerzas flaquean. Valió y vale el luchar por lo que uno cree. Al igual que valió y vale el hacer el menor daño posible al prójimo y el hacer el mayor bien a uno. Y cuando, finalmente, se apague la luz de nuestra vida y uno vuelva la vista atrás, pueda ver la senda tan bonita que dejó para los demás, pero sobre todo, la senda que dejó para sí.