Siempre se nos ha recomendado que compremos, si podemos, cosas buenas, pues «lo barato sale caro». Ahora, leo con estupor la información de su periódico sobre el fraude alimentario, según la cual la mitad de los restaurantes españoles engaña cuando ofrece productos de gran calidad y elevado precio y en realidad sirve a la mesa, por ejemplo, un pescado que no es el que el cliente cree estar degustando. Que ocurra de vez en cuando, por descontado, ya que no todo el mundo sabe distinguir un cordero lechal, o una lubina salvaje, y siempre hay quien se aprovecha. Pero que sea tan frecuente y lo hagan restaurantes considerados «buenos» me hace pensar no solo en la desvergüenza de los que venden estas cosas, sino en nuestra ignorancia supina. El problema, en este caso, es que lo barato saldrá caro, pero lo caro sale carísimo.