Cada letra del abecedario español puede ser la inicial de un político corrupto. Empezando por la A podríamos poner a la Aguirre; aunque esta señora seguro que no metió la mano en el cajón, no necesita una perra porque «está montada en el dólar». Sí la metieron sus numerosas ranas insaciables, que nombró y protegió, mirando ella para otra parte ¡Qué inocente! Con la B tenemos al famoso Bárcenas; con la C al figurín de los trajecitos elegantes, que podría inscribirse también con la E, F o T. Con la M al maridín de la Mato. Algunas letras pueden albergar varios apellidos; pero si nos queda alguna letra sin nombre, se le puede aplicar alguien de otra Comunidad, como el «ilustre y venerable» Pujol, para la P. Pero lo más sorprendente es el caso Zaplana que, al parecer, fue el primero y ha salido el último, de momento, quizá por empezar con Z.

En agosto de 2008 conocí casualmente a un militante del PP de profesión abogado, en ejercicio, que manifestaba estar indignado porque el Sr. Z, a la sazón presidente de Valencia, supestamente se había beneficiado en una operación de 2.000 y pico millones de pesetas (pesetas, no euros). Que lo tenían en jaque mate, pero no se atrevían a tirar de la manta por temor al escándalo y su trascendencia. Por aquellos tiempos el Sr. Z se jactaba diciendo que se había metido en política para «forrarse».