Las caras.

En un móvil suena de fondo La Renga . El autocar se bambolea camino a Beirut. Apenas tiene veinte años, no sabe qué pinto ahí, si soy periodista, funcionario del Ministerio de Defensa o militar de paisano . Solo mira compulsivamente el móvil, dos años después de vuelta a casa, con cara de mosqueo .

No recuerdo su nombre, no lo apunté para no intimidarlo. No le dije quién era hasta casi que oscureció y no le pregunté nada comprometido. Después de una semana en Líbano sabía las reglas del juego. Hechas las presentaciones y salvada la desconfianza, el joven suboficial salvadoreño tardó escasos minutos en hablar de aquella triste mañana en la que el cabo Francisco Javier Soria perdió la vida en la posición 4-28 de Ghajar. Al sureste del país. A pocos metros de Israel. Ambos estaban bajo el mando del capitán Pazo.

Hoy se cumple un año desde que un proyectil del Ejército hebreo impactó sobre la torre de vigilancia que ocupaba el cabo malagueño de la Brigada de Cerro Muriano. Un año desde que Hezbolá decidiera que tocaba tensar la cuerda en la frontera común que vigila España bajo mandato de Naciones Unidas. Un año desde que Israel decidiera contestar con dureza y sin los cálculos adecuados.

Un regalo para su hija

Inaam Aybout festeja cada palabra que dice en español. En marzo del año pasado le mandó un regalo a la hija del cabo Soria, en lo que fue todo un símbolo del agradecimiento de la población libanesa a la labor de las tropas españolas. Junto al juguete, una carta, unos patucos y un jersey que tejió ella misma en su casa de Deir Mimas. Una pequeña población en el corredor cristiano bajo protección española, que pocos meses después me recordó a los campos de olivos de Almedinilla. "Es un ángel de Dios", escribió a Laura, la viuda de Javier, con el español que aprende desde hace años en el Programa Cervantes.

A Laura Lepe no le salía el martes la voz del cuerpo. Es normal que a punto de cumplirse un año de la muerte de su marido, amague a llorar por el recuerdo tan reciente. Prefiere no hablar. Su niña está bien, tiene casi un año, y ambas siguen en Córdoba. Hoy no será fácil, pero estarán muy arropadas.

Los compañeros de Javi tampoco le olvidan desde aquella mañana del 28 de enero del 2015. Hoy está prevista una ofrenda floral y un acto privado en la base de Cerro Muriano en su recuerdo. Soria tendrá en breve una plaza con su nombre donde cada mañana acudía a trabajar, entre los edificios del batallón de carros del ahora Regimiento Acorazado Córdoba 10. Su unidad. Su vocación.

Es mayo. Su tocayo alza la copa y brinda "por Javi" junto a una docena de militares, guardias civiles, el pater Rubén y yo en la noche anterior al adiós a seis meses (ellos) en la base Miguel de Cervantes de Marjayún. "Esta es la verdad. Aquí los lazos se estrechan aún más y nos vamos uno menos", me dice emocionado. "El trabajo de los mandos es cuidar de los nuestros y si pierdes a uno...", me relató esa misma mañana el capitán Pazo, junto al sargento Martínez, aún con la desesperación en los rostros. Ni cinco meses después. Con todo demasiado reciente. Pazos sigue al mando de la compañía con una Cruz al Mérito.

Las cruces.

La familia del cabo Soria presentó en abril del pasado año una denuncia en la Audiencia Nacional para investigar la muerte del militar español a manos del Ejército israelí. El Gobierno hebreo reconoció "un error de cálculo" en los incidentes de aquella mañana y prometió una indemnización. La Fiscalía militar libanesa también presentó cargos en diciembre.

Desde entonces, al dolor de la ausencia de Javier se suma la batalla legal. Por un lado, de la familia malagueña del cabo contra el Estado de Israel y lo que entienden que fue una mala gestión por parte del Gobierno español. "Tres horas de bombardeos no pueden ser un error", señala su madre Margarita. Y por otro, la que afecta al cobro de las tres indemnizaciones (España, Naciones Unidas e Israel), que han enturbiado las relaciones con su viuda.

Las caras y las cruces del primer año sin el cabo Soria.