No hubo compasión ni "Europa de los valores" para Véronique Nzazi, esa madre a la que el Mediterráneo separó para siempre del menor de sus seis hijos, Samuel, de 4 años, en el naufragio de una patera el 14 de enero, un zarpazo de ese mar que esta congoleña enferma de un tumor en el cuello quizás vio como su última salida. En su país, la República Democrática del Congo, el tratamiento que precisaba simplemente no existía y además, su hijo, Samuel también estaba enfermo. Según su padre, Aimé Kabamba, el pequeño sufría de “problemas pulmonares”. Por esa razón, esta madre de 44 años se arriesgó a llevar al niño con ella.

Muchos meses antes, Véronique había llamado a las puertas de la fortaleza europea al pedir un visado que la Unión Europea le denegó. En lo que parece una terrible premonición, la resolución en la que se le niega la entrada en Europa está fechada el 14 de enero de 2016, justo un año antes del día en el que “Véro”-como la llamaban sus seres queridos- desapareciese en el mar con su hijo y otras diez personas. Hace dos semanas, el cuerpo de un niño subsahariano, vestido con un abriguito marrón como el que llevaba Samuel, apareció en una playa de Barbate (Cádiz). El mar devolvió a Véronique el pasado jueves, en una playa argelina, a cientos de kilómetros del pequeño que se cree es su hijo. Sin identificar oficialmente, Samuel es ya el “Aylan español”, en alusión a aquel otro niño, de origen sirio, que también pesa en la conciencia de Europa.

En la casa de Véronique en Kinshasa, en la comuna de Lemba, su marido y padre de sus seis hijos, el pastor evangelista Aimé Kabamba, recuerda cómo su mujer llevaba 18 años luchando con un doloroso tumor en el cuello. Pese a haber sido operada dos veces, la masa seguía creciendo: “Los médicos le aconsejaron que se operara en Francia o en España porque aquí ya no se podía hacer nada”, recalca el pastor. Esta familia “feliz y tranquila” fue de frente. Tras conocer el diagnóstico, se informaron sobre los requisitos para solicitar unvisado médico en Europa: sólo para tener una oportunidad de obtener ese documento, necesitaban poseer “entre 20.000 y 30.000 euros”, dice, eso sin contar con los gastos de la operación una vez en la UE.

VISADO DE TURISTA

“Como no teníamos ahorrado tanto dinero como para pedir un visado médico, presentamos la solicitud para un visado de turista, con la idea de que, una vez Véronique estuviera en Europa, pagar la operación”, continúa Kabamba. El padre de Samuel muestra a este diario dos presupuestos solicitados por la familia, uno en un centro francés y otro en el hospital La Paz, en Madrid. En uno de los correos intercambiados con el hospital español, se menciona que la familia ha requerido información sobre el coste del tratamiento para la madre y para el niño y que la mujer iba a necesitar una parotidectomia “probablemente compleja”; es decir, la extirpación de las glándulas parótidas, la más grande de las glándulas salivares.

Aunque las cantidades demandadas ascendían a varios miles de euros, la familia Kabamba, de clase media, esperaba poder sufragar los tratamientos. Sus esperanzas se vieron frustradas cuando la 'Maison Schengen' (Casa Schengen), el organismo que gestiona los visados de la mayor parte de los países de la Unión Europea en Congo -con algunas excepciones, entre ellas España- les notificó que el visado de turista que había pedido le había sido denegado. Por dos razones: insuficiencia de medios económicos y falta de “garantías” de que Véronique volviera a Congo. “¿Cómo iba a quedarse mi mujer en Europa? Tenemos seis hijos”, se indigna el padre de Samuel, que sigue hablando del niño en presente.

VIAJE POR ARGELIA Y MARRUECOS

Véronique temía por su vida, recuerda su marido. Por eso, cuando la UE le denegó el visado, “decidió emprender el viaje por su cuenta. En abril viajó a Argelia con Samuel por avión, después llegó a Marruecos, y allí estaba esperando obtener un visado para entrar en España. Todo iba bien, hablábamos casi cada día. El viaje por mar no estaba previsto”. Quizás porque para entonces Véronique ya había comprendido que ese visado nunca llegaría, la madre de Samuel no habló con su familia del viaje por mar que pensaba emprender. O quizás simplemente no quiso preocuparlos porque sabía que ese viaje podía ser el último.