Han pasado más de tres años, pero en la plaza de Maidán en Kiev, aún reverberan los ecos de la revolución que enmendó radicalmente el destino de Ucrania. Fotografías, flores, recordatorios y homenajes póstumos asoman por doquier este vasto espacio situado en un margen de la calle Khreschatyk y presidido por una enorme columna con la imagen de Berehinya, una antigua deidad eslava.

"Mi vse bachimo", ('lo vemos todos') es el encabezamiento, en lengua ucraniana y en forma de advertencia, de un enorme cartel con decenas de rostros impresos. Son algunos de los muertos en el baño de sangre con el que culminó la revuelta de Euromaidán en febrero del 2014, cuando francotiradores apostados en los edificios próximos dispararon contra los manifestantes allí acampados, matando a más de un centenar de ellos. De esta forma figurada, los fallecidos de entonces, mártires a los ojos de muchos ciudadanos, 'previenen' a quienes traicionen las expectativas de una protesta por la que dieron la vida y que permitió, según su lenguaje, la expulsión de un "régimen criminal".

Y lo cierto es que las advertencias, ya sean figuradas o reales, no sobran en la Ucrania presidida por Petró Poroshenko, al frente de una complicada transición política y económica que, en el mejor de los casos, renquea, y en el peor, podría llegar incluso a fracasar.

El país acaba de recibir dos buenas noticias en el arduo y largo proceso hacia la integración en Europa. Por un lado, el Acuerdo de Asociación con los Veintiocho firmado en el 2014 ha superado esta primavera el último escollo, y ha sido ratificado finalmente por el Senado de los Países Bajos, después de que en un referéndum celebrado en abril del pasado año fuera rechazado por los votantes holandeses; por otro, desde mayo está vigente la exención de visado a los ciudadanos ucranianos que deseen viajar por territorio de la Unión.

TORTUOSO PROCESO DE REFORMAS

Sin embargo, la aprobación de las reformas necesarias para la progresiva integración del país en el espacio de los Veintiocho está experimentando continuos tiras y aflojas, obstaculizadas por unas autoridades que aún mantienen vínculos con el corrupto sistema al que precisamente los manifestantes del Euromaidán buscaban destronar. "Todo hubiera sido mucho más rápido si el liderazgo del país hubiera demostrado voluntad política para reformar Ucrania; no puedo decir que en este momento, el presidente y los líderes políticos estén haciendo todo lo posible para materializar las demandas de Maidán", admite en un coqueto café kievita, Svitlana Zalischuk, diputada en la Rada (parlamento unicameral) y militante anticorrupción. "Ciertamente, los cambios son visibles, pero no suficientes", constata en una entrevista personal Oleksándr Shusko, director de investigación en el Instituto para la Cooperación Euroatlántica en Kiev.

En la contabilidad ganancial de las reformas, algunas medidas han sido aprobadas y están tranformando ya el entramado clientelar que ha prevalecido en el país desde su independencia en 1991. Se ha creado una Oficina Nacional Anticorrupción, que ordenó el arresto del todopoderoso exdiputado Nikolay Martinenko, acusado de desvío de fondos de una empresa estatal. "Este caso sienta un precedente en Ucrania; por primera vez, veo el temor en los ojos de los políticos", destaca Zalischuk.

La obligación de que los servidores públicos cumplimenten una declaración electrónica de sus bienes, accesible a todos los ciudadanos, constituye otro de los avances en la lucha contra la corrupción. Casas, coches y fondos en cuentas bancarias deben ser detallados públicamente por ministros y diputados. Suministrar datos falsos constituye una ofensa criminal, según la ley ucraniana.

Pero todo ello no ha hecho desaparecer a la detestada clase de los oligarcas, empresarios con conexiones políticas capaces, no solo de comprar voluntades en el Parlamento, sino también de nombrar a ministros y altos funcionarios. "La influencia de los oligarcas todavía es elevada, aunque no es comparable a cinco años atrás; aún no son empresarios normales, aunque ya no tienen la posibilidad de controlar facciones políticas enteras en el Parlamento, y el oligarca solo es oligarca si es capaz de controlar la política", apunta Shusko.

Si las investigaciones sobre corrupción no descarrilan, "tarde o temprano llegará al presidente, Petró Poroshenko", adelanta la activista Zalischuk. "Es un producto del antiguo régimen", concluye.