Cuando Donald Trump ha anunciado su elección de Gina Haspel para relevar al frente de la CIA a Mike Pompeo, que sustituye a Rex Tillerson como secretario de Estado, ha destacado que es la primera mujer escogida para dirigir la agencia de espionaje. De lo que no ha hablado el presidente es del oscuro pasado de Haspel, que estuvo al frente de un programa secreto de torturas en los albores de la lucha contra Al Qaeda tras el 11-S y ha sido también señalada por destruir los vídeos de esas torturas.

El debate de ese papel, y por extensión de la posición de la actual Administración sobre la tortura, ahora se hace inevitable. Porque cuando Haspel fue elevada en febrero del año pasado como número 2 de la agencia no necesitó confirmación. Pero ahora su nombramiento debe ser ratificado por el Senado.

Fue tras el ascenso del año pasado cuando salió a la luz el papel de Haspel en el programa clandestino de torturas, al que Barack Obama puso formalmente fin en 2009. Según una información publicada entonces por 'The New York Times', en 2002 esta mujer que entró en la CIA en 1985 y que ahora tiene 61 años trabajaba clandestinamente para la CIA y supervisó la tortura de dos sospechosos de terrorismo en una prisión secreta en Tailandia, la primera que Estados Unidos abrió en el programa de “rendiciones”. Tres años después, en 2005, Haspel redactó un cable ordenando la destrucción de las grabaciones en vídeo de los brutales interrogatorios, una orden que firmó José Rodríguez, al frente del Centro Antiterrorista de la CIA, para quien Haspel era jefa de personal.

Duros métodos

Los detalles de las torturas son conocidos. Haspel supervisó las de Abu Zubaydah y And al-Rahim al-Nashiri. Y en el caso del primero el ‘Times’ reveló que “fue sometido al ahogo simulado 83 veces en un solo mes, su cabeza repetidamente golpeada contra paredes, y soportó otros duros métodos antes de que los interrogadores decidieran que no tenía información útil que ofrecer”.

Las grabaciones de esos momentos se almacenaron en una caja fuerte en la estación de la CIA en Tailandia hasta 2005, cuando ya trabajando desde la sede central de la agencia en EEUU Haspel redactó el cable ordenando su destrucción.

El papel de Haspel en ambos casos, las torturas y la destrucción de pruebas, hicieron que el Centro Europeo Para Derechos Humanos y Constitucionales, un grupo de Berlín, pidiera que sea arrestada si pone un pie en Europa y juzgada ante el Tribunal Penal Internacional, informa Carles Planas Bou.

Aunque la CIA ha insistido en que la decisión de destruir las cintas fue de Rodriguez, y él mismo contó en sus memorias que firmó la orden, la senadora demócrata Dianne Feinstein ya logró bloquear una propuesta para ascender a Haspel y ponerla al frente de operaciones clandestinas. Y aunque ahora los republicanos controlan el Comité de Inteligencia del Senado que debe confirmarla, el debate sobre su papel está servido.

Bajo Lupa

Se pondrá también bajo la lupa la posición de la Administración. Trump reiteró en repetidas ocasiones durante la campaña su creencia de que "la tortura funciona”, defendiendo volver a aplicar ahogos, las llamadas "técnicas reforzadas de interrogatorio" (como bautizó las torturas la Administración de George Bush) y cosas "mucho peores". Aunque en la presidencia ha mantenido silencio sobre la cuestión, el presidente que ha decidido mantener abierta la prisión de Guantánamo llamó en su primer discurso sobre el estado de la Unión a tratar a los terroristas "como los terroristas que son". Pompeo, por su parte, ha alabado como “patriotas” a quienes usaron métodos como los ahogos simulados (que él no considera tortura).