No era imposible, solo lo parecía. Cuando el quinto helicóptero despegó, se supo que Tailandia había concluido uno de los rescates más inverosímiles que se recuerdan: una docena de niños que no saben nadar y un entrenador salieron a través de un trayecto que hace sudar a los buzos más encallecidos. La confirmación llegaba de la página de Facebook de la Marina tailandesa: «Los doce Jabalís Salvajes (en referencia al equipo de fútbol) y su entrenador ya han emergido de la cueva y están seguros. ¡Hurra!».

Han sido necesarios casi un centenar de buzos tailandeses e internacionales, un experto holandés en drenaje, cientos de bombas de extracción y un plan de rescate tan audaz como arriesgado para alcanzar el final feliz. «Por fin podré dormir, he estado muy nerviosa, he rezado mucho. Lo celebraré más adelante, esta noche estoy agotada», contaba con ojos vidriosos Naowarat, de 26 años.

La joven médico, que integra el ejército de voluntarios, señalaba a la buena suerte, a la pericia de los submarinistas y a Buda, aunque desconocía los porcentajes. «No estamos seguros si ha sido un milagro, la ciencia o qué», reconocían los buzos tailandeses tras la hazaña.

Los 12 jóvenes futbolistas y su entrenador ya están en el hospital provincial de Chiang Rai después de tres jornadas consecutivas de rescate. La última había empezado a las 10 de la mañana (hora local) a pesar del riesgo por las lluvias de la noche anterior.

Participaron 19 buzos, uno más que en las anteriores, y sacaron al primer chico a las 5 PM (hora local). Esas seis horas confirman el progresivo refinamiento del plan. El resto salió con la cadencia planeada. El último fue el entrenador cuando faltaban pocos minutos para las 19.00 (hora local). Tras un chequeo médico, fue subido al helicóptero y partió hacia el hospital. Se reabrieron los accesos a la montaña, cerrados desde el domingo para que la prensa y curiosos no perturbaran, y los voluntarios que de ahí bajaban fueron saludados con vítores en las calles.

AYUDA DE LOS BUZOS / Narongsak Osatakorn, el jefe de las operaciones, había abandonado por primera vez su prudencia anunciando por la mañana que todos saldrían si todo iba bien. Al caer la noche, durante una rueda de prensa interrumpida por aplausos, dio gracias a todos por ayudar al cumplimiento de la misión.

Cada niño tuvo que ser extraído por un par de submarinistas que les sujetaban la máscara respiratoria y la botella de aire comprimido. En el trayecto se tendió una cuerda guía y se colocaron botellas de aire y submarinistas de refuerzo por si alguno desfallecía. En el grueso de los cuatro kilómetros que separan la boca de la gruta del montículo donde se encontraban ya era posible hacer pie, pero otras galerías continuaron anegadas. Los buzos abrazaban a los niños por el vientre en las más amplias. En las más estrechas, que obligaba a los submarinistas a desprenderse de las botellas de oxígeno, debían avanzar por sí mismos.

Tailandia ha basculado desde la desolación cuando se acumulaban días sin noticias de ellos al júbilo cuando fueron encontrados pasando por la preocupación al conocerse la complejidad de su extracción. También ha desvelado el mundo, que cíclicamente abraza una causa y se desentiende del resto, ya sean 60 ahogados en el hundimiento de dos barcos frente a la costa tailandesa o los más de 150 muertos en las inundaciones en Japón. Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, Elon Mask, inventor millonario que encargó a sus ingenieros un submarino de tamaño infantil, el Manchester United… el mundo fue Tailandia durante dos semanas.

Los cuatro niños rescatados el domingo ya han visto a sus padres a través de una mampara de cristal para cumplir con la cuarentena. Los médicos han confirmado que se encuentran bien, más allá de alguna arritmia, infecciones cutáneas y niveles anómalos de leucocitos. Han sido vacunados contra la rabia, por la presencia de murciélagos, y el tétanos. Persiste el miedo de que hayan contraído enfermedades en aquel entorno tan hostil y no se levantarán las precauciones hasta que terminen los análisis.

Su estancia en el hospital se calcula en una semana, pero no es descartable acortarla. Ya han empezado a ingerir alimentos sólidos, aunque los médicos les han prohibido los platos especiados y picantes de la gastronomía local. Los niños, que eran sacados de la cueva con los ojos vendados, siguen con gafas de sol para adecuarse a la luz natural. Están animados, bromean y juegan. «Actúan con normalidad y no tienen fiebre», ha revelado Jesada Chokedamrongsuk, funcionario del Ministerio de Salud Pública.

DOS SEMANAS SIN LUZ / Doce niños de entre 11 y 17 años y su entrenador se adentraron el 23 de junio en la cueva de Tham Luang (provincia de Chiang Rai, en la frontera con Myanmar) despreciando los carteles de prohibición. Sobrevivieron en tinieblas durante casi dos semanas, sin más comida que chucherías pronto agotadas y bebiendo el agua filtrada de las rocas. Fueron encontrados nueve días después, famélicos y macilentos, cercanos al colapso.

El rescate fue exacto en su planificación y ejecución en un contexto de desesperada urgencia por la reducción del oxígeno en la cueva y la inminencia del monzón. Es una epopeya de supervivencia colectiva que merece ser festejada hoy y cantada por juglares futuros como la de los mineros chilenos o los 16 supervivientes del «milagro de los Andes».

Pero no todo son buenas noticias. Del confeti no participará la viuda de Suman Ganan, el submarinista local que se ofreció voluntario y murió ahogado tras depositar las reservas de aire comprimido para sus compañeros y los niños. Convendría medir el entusiasmo y los adjetivos.