Reforzar la vertical del poder». Cuando, hace 18 años, Vladímir Putin accedió al Kremlin, era esta una de las frases que más repetida en sus intervenciones. Decía entonces el presidente ruso que era imperioso recentralizar el Estado y que este recuperara su autoridad frente a una pléyade de poderes regionales díscolos, una colección de oligarcas que hacían y deshacían a su antojo y con gran capacidad de presionar a los políticos, y unos cuerpos de seguridad del Estado desmoralizados tras las derrotas en la guerra fría y en la primera contienda chechena y que habían optado por seguir sus propias agendas.

En el tiempo transcurrido, Putin ha conseguido su objetivo de erigirse en un líder respetado y temido. Sin embargo, bajo su aparente autoridad no cuestionada existen diferentes facciones que pugnan por influir en la toma de decisiones finales, lobis que ya se preparan para ese momento del 2024 en el que, por precepto constitucional, el jefe del Kremlin debería soltar las riendas del país. Estas son, a grandes rasgos, las grandes familias que componen el poder ruso.

Los liberales prooccidentales son los supervivientes de la era de reformas emprendidas por Borís Yeltsin. Defienden que Rusia es un país europeo, en el que debería desplegarse una economía de mercado de corte occidental, con valores democráticos y liberales. El exministro de Finanzas, exviceprimer ministro y actual presidente del Centro para la Investigación Estratégica, Alekséi Kudrin, es su principal exponente. Su influencia actual, sin embargo, es muy limitada. «Han sido marginados y tienen voz sobre todo en los medios de comunicación y en la universidad», puntualiza a este diario Andréi Kortúnov, director del laboratorio de ideas Consejo Ruso para los Asuntos Internacionales.

Los tecnócratas se hallan presentes en los ministerios económicos -Finanzas, Desarrollo Económico- o incluso al frente del Banco Central. No están obsesionados con los valores o las ideas, e intentan construir un Estado más eficaz que luche contra la corrupción y capaz de competir con las grandes economías de Europa o América. Dos de sus integrantes más conocidos son el jefe de la Administración Presidencial, Serguéi Kiriyenko, y la presidenta del Banco Central ruso, Elvira Nabiúlina, alabada en prestigiosas revistas occidentales por su actuación ante los descalabros que sufrió la divisa rusa en el 2014 y el 2015. «A diferencia de los liberales, esta gente tiene acceso al presidente», constata Kortúnov.

Los nacionalconservadores son la facción mayoritaria y destacan en las Fuerzas Armadas y en los cuerpos de seguridad del Estado. Su prioridad es garantizar la soberanía nacional y no consideran que Rusia pertenezca al club europeo de países. Defienden el papel del Estado dentro de la economía y, en particular, reforzar el complejo militar-industrial que suministra armas al Ejército. El ministro de Defensa, Serguéi Shoigu, y el presidente del Parlamento y considerado número dos del país, Vyacheslav Volodin, son quizá las personalidades más punteras de este grupo.