«Por el momento, el número de cabezas nucleares está limitado por los tratados de desarme y Rusia solo lleva a cabo un programa de modernización», tanto del arsenal nuclear estratégico y táctico, como en la flota de submarinos y de bombarderos estratégicos. Con estas palabras, Ígor Korotchenko, director del mensual especializado en temas militares Natsionalnaya Oborona (Defensa Nacional), de tendencia progubernamental, respondía, en una conversación telefónica, a la pregunta de si había comenzado una nueva carrera de armamentos entre EEUU y Rusia.

Korotchenko intentaba restar trascendencia a un proceso que, sin embargo, genera gran inquietud, tanto en los cuarteles generales de la OTAN en Bruselas como en el Pentágono, en Washington. «Esta modernización, combinada con el incremento en el número y el tamaño de las maniobras militares y amenazas ocasionales explícitas contra otros países, contribuyen a la creciente preocupación en el extranjero acerca de las intenciones rusas», valoran Hans K. Kristensen y Robert S. Norris en Journal of Atomic Scientists.

Lo cierto es que el Kremlin lleva ya años inmerso en un proceso de modernización de su arsenal nuclear, un instrumento que el propio presidente Vladímir Putin considera vital para que Rusia mantenga su estatus de superpotencia.

El arsenal ruso está formado por unas 4.300 cabezas nucleares, según datos del Journal of Atomic Scientists. Unas 1.950 están desplegadas en misiles intercontinentales estratégicos de largo alcance (más de 5.500 kilómetros) y en bases de bombarderos pesados. Otras 500 cabezas nucleares estratégicas se hallan en almacenamiento, junto con 1.850 cabezas no estratégicas, de corto alcance. Estas cifras no constituyen ninguna violación el acuerdo START III, firmado en el 2010 y cuya validez expira en el 2021.

Ello no impide, sin embargo, que, desde el 2010, Rusia esté sustituyendo, a un elevado ritmo, sus misiles estratégicos fabricados durante la era soviética por versiones más modernas, en concreto, los misiles SS-18, SS-19 y SS-25, que empezaron a ser diseñados en la década de los 60. En su lugar, serán desplegados los más modernos SS-27 e incluso se está desarrollando un nuevo cohete, el SS-30, capaz de transportar un total de 10 cabezas nucleares pesadas y destruir una superficie equivalente a la de España y Portugal juntas.

Este proceso, que debe culminarse a principios de la próxima década, avanza a buen ritmo: dos terceras partes de los proyectiles de nueva generación ya han sido desplegados.

Como complemento a todo ello, Rusia está desarrollando una nueva clase de submarinos capaz de disparar misiles nucleares llamada proyecto 155-Borei, con los que sustituirá a los viejos sumergibles de la clase Delta. Se les considera superiores a cualquier navío análogo jamás construido y son capaces de moverse con sigilo sin ser detectados por los sonares. En el capítulo de los bombarderos estratégicos, Rusia va a reanudar la producción en serie del mítico avión supersónico Tupolev TU-160, en una versión modernizada denominada TU-160 2M.

Desde el 2000, Rusia contempla la posibilidad de responder con armas nucleares a un ataque convencional. En diciembre del 2014, un año en que fue derribado un gobierno prorruso en Ucrania y reemplazado por otro orientado hacia Occidente, la doctrina militar rusa fue enmendada con un vocabulario que muchos expertos consideran que facilita el recurso a la bomba atómica.

Estatus nuclear

En los últimos años, los dirigentes rusos, incluyendo su presidente, han recordado con frecuencia el estatus nuclear de Rusia ante una situación de tensión, algo que en tiempos soviéticos sucedía en contadas ocasiones. El agosto del 2014, con la guerra en Ucrania ya iniciada, Putin advirtió a la OTAN que no se metiera (palabras textuales) «con un país con armas nucleares como Rusia». En el 2015, el presidente admitió que estaba dispuesto a poner en alerta sus armas nucleares durante la anexión de Crimea.

Poco antes de las elecciones presidenciales en el 2016, Dimitri Kiseliov, presentador del programa de análisis político Vesti Nedeli y considerado el propagandista del Kremlin, advirtió de que cualquier enfrentamiento en Siria entre fuerzas apoyadas por Washington y Moscú generaría una peligrosa escalada «con una dimensión nuclear».