Algo flotaba en el ambiente de la Europa de 1968 que hizo posible la llegada de la Primavera de Praga. Más allá del deseo de activar los resortes para poner al día el socialismo real, la economía planificada y el Estado que todo lo puede, las sociedades europeas a ambos lados de la divisoria, bautizada telón de acero por Winston Churchill, reunían todos los ingredientes para un cambio de paradigma. Al mismo tiempo, la lógica aplastante de la guerra fría, el reparto en áreas de influencia y el equilibrio del terror -los arsenales nucleares- imponían un 'statu quo' sin resquicios para salirse de él. En este clima nació la Primavera de Praga, que generó una gran esperanza y sucumbió a la 'realpolitik'.

Jóvenes checos con banderas acaban de subirse a un camión volcado mientras otros rodean tanques soviéticos en el centro de Praga el 21 de agosto de 1968. / AP (LIBOR HAJSKY)

Cuando los tanques del Pacto de Varsovia cercenaron el experimento checo la noche del 20 al 21 de agosto de 1968, el proceso de liberalización del régimen, el socialismo con rostro humano defendido por la facción aperturista del Partido Comunista, encabezada por Alexander Dubcek, había emitido con generosa claridad suficientes señales de cambio como para alarmar a la Unión Soviética. Después de la desestalinización (1956) y de la caída en desgracia de Nikita Jruschov (1964), la 'troika' formada por Leonid Brézhnev, Alekséi Kosygin y Nikolái Podgorni instauró en la URSS un reparto de poder que acabó con las conspiraciones de palacio de la 'nomenklatura', consagró la doctrina de la soberanía limitada aplicada a los aliados -los socios del Pacto de Varsovia- y desoyó las advertencias de agotamiento del modelo. Frente a este muro, la Primavera de Praga tuvo los días contados.

Cuando los tanques del Pacto de Varsovia cercenaron el experimento checo la noche del 20 al 21 de agosto de 1968, el proceso de liberalización del régimen, el socialismo con rostro humano defendido por la facción aperturista del Partido Comunista, encabezada por Alexander Dubcek, había emitido con generosa claridad suficientes señales de cambio como para alarmar a la Unión Soviética. Después de la desestalinización (1956) y de la caída en desgracia de Nikita Jruschov (1964), la 'troika' formada por Leonid Brézhnev, Alekséi Kosygin y Nikolái Podgorni instauró en la URSS un reparto de poder que acabó con las conspiraciones de palacio de la 'nomenklatura', consagró la doctrina de la soberanía limitada aplicada a los aliados -los socios del Pacto de Varsovia- y desoyó las advertencias de agotamiento del modelo. Frente a este muro, la Primavera de Praga tuvo los días contados.

Para Fetjö y otros estudiosos de su generación, desde Moscú se justificó la intervención de agosto como un movimiento en defensa del socialismo y de las «posiciones de clase», cuando en realidad la reforma promovida por el PC checo se ajustaba como un guante a una mano a aquello enunciado en el programa del PCUS: hacer del partido una organización representativa de todo el pueblo y no solo de la clase obrera. Medio siglo después de la liquidación de la Primavera es más verosímil entender que la reacción soviética obedeció a la incompatibilidad entre la iniciativa de los reformistas checos y la sumisión a toda costa que exigía el Kremlin (no tenían cabida el revisionismo, la disidencia y el pluralismo).

Lo mismo alteraba el pulso a Moscú la libertad de prensa que el apego de los jóvenes a las manifestaciones de la cultura pop, especialmente las musicales; la misma desconfianza provocaban los discursos de Dubcek que la libertad de circulación y la presencia en Praga de intelectuales extranjeros.

Miguel Delibes, invitado

Uno de invitados fue el escritor Miguel Delibes, que acudió a la capital checa para dar varias conferencias sobre novela española. De vuelta a Valladolid, publicó en el semanario progresista 'Triunfo' una serie de cinco reportajes a partir del 25 de mayo de 1968, donde puso de manifiesto sus dudas: «Praga -si no se pliega o no la pliegan- puede alumbrar unas bases de convivencia con una amplia perspectiva de futuro. Es decir, Checoslovaquia puede consumar su evolución hacia un socialismo humanista y democrático o puede fracasar, abrumada por las presiones de su poderoso enemigo».

Sucedió esto último. Los acontecimientos se precipitaron a partir del momento en que la URSS tuvo la seguridad de que en el congreso del PC checo que debía celebrase en septiembre de 1968 los delegados prescindirían de 73 miembros del comité central -los afectos al diktat soviético- de los casi 200 que formaban parte de él. Y se precipitaron asimismo a causa del temor de que el ejemplo checo cundiera en otros países, de manera especial en aquellos donde la implantación de regímenes comunistas careció desde el principio de apoyo social, especialmente Polonia y la República Democrática Alemana (la heterodoxia de Nicolae Ceaucescu, que apoyó la Primavera, nunca preocupó al Kremlin).

"Puede decirse que el eurocomunismo echó a andar como proyecto tras la ruptura del PCI con la URSS"

Señales de decadencia

Hoy resulta sorprendente que los gobernantes soviéticos no percibieran por aquel entonces que el modelo emitía las primeras señales de decadencia o desgaste a causa de dos costosísimas empresas: la carrera armamentista y la carrera espacial, acaso dos caras de la misma moneda, que dinamizaron la economía de Estados Unidos, pero proyectaron sombras sobre el futuro soviético. Para los ideólogos del socialismo realmente existente, Mijail Suslov entre ellos, el centralismo económico y el reparto de papeles en el Comecon, el mercado común del Este, eran innegociables y debían ser los motores de una economía moderna y competitiva. La llamada normalización checa, capitaneada por Gustav Husak, consistente en liquidar el programa primaveral, trajo consigo, entre otras cosas, la vuelta a aquel ruinoso modelo.

Un hombre ayuda a los heridos en el centro de Praga, en el primer día de la invasión del Pacto de Varsovia. / AP (LIBOR HAJSKY)

¿Qué otras cosas incluyó la normalización? «La intervención en Checoslovaquia destruye la fe en la propia narrativa marxista, no solo en la Unión Soviética, ni solo en el leninismo, sino en el marxismo y su planteamiento del mundo moderno», afirma Tony Judt (1948-2010) en 'Pensar el siglo XX'. En el análisis de los acontecimientos que hizo el gran historiador dominan dos ideas: la Primavera creó la ilusión de que había un espacio para la disidencia hasta que los tanques llegaron a Praga y, a partir de aquel momento, hubo una dinamización de la crítica del marxismo desde el marxismo.

Eric Hobsbawm (1917-2012) fue aún más lejos: la acometida del Pacto de Varsovia «demostró ser el fin del movimiento comunista internacional con centro en Moscú, que ya se había resquebrajado con la crisis de 1956 (el levantamiento popular en Hungría)».

La impresión de que algo se había desmoronado con la cancelación de la vía checa se puso de manifiesto en el discurso que Dubcek pronunció desde la sede de la presidencia, en el castillo de Praga, el 27 de agosto, después de tres días de dramáticas conversaciones en Moscú. La periodista Margita Kollarova, que trabajaba en la radio estatal, describió así el momento: «Comenzó a hablar. Se notaba que estaba sumamente agotado y emocionado. Trataba de explicar que la nación superaría la crítica situación. Exhortaba a la ciudadanía a mantener la calma. Cuando tocó el tema del desarrollo de las conversaciones en Moscú, casi no pudo hablar. Se confundía y hacía pausas. Dubcek lloraba y no podía concentrarse».

Desfondamiento

El convencimiento del líder de la Primavera de Praga de que era posible renovar el sistema desde dentro explica su desfondamiento. «Hacía vida social, iba a la piscina pública y se unía a la gente sencilla para asistir a los partidos de fútbol y de hockey sobre hielo. Pero ¿tenía una política clara? Era ante todo comunista y jamás quiso salirse de ese marco», explica el historiador Oldrich Tuma. Otros comunistas, militantes desde los días de la ocupación nazi como el propio Dubcek, sufrieron un parecido impacto emocional, agravado muchas veces por la experiencia del exilio. Si las reformas económica y política no las podía hacer el partido, quién estaba legitimado para hacerlas, quién tenía derecho a impedirlas, se preguntaba Ota Sik muchos años más tarde.

La repercusión del drama checo en la izquierda occidental fue enorme. Al mismo tiempo que los gobiernos se limitaban a una retórica condenatoria, sujetos a la lógica de las áreas de influencia, se abrió un debate político en el que participaron todos los registros del pensamiento marxista y no marxista. Puede decirse que el eurocomunismo echó a andar como proyecto político a partir de la ruptura con la URSS, rotunda y sin reservas, del Partido Comunista italiano (PCI) dirigido por Luigi Longo; más tardía y contenida en el Partido Comunista francés (Waldeck Rochet); llena de complejas tensiones en el Partido Comunsita español, en la clandestinidad y con un pasado de dirigentes exiliados en la URSS al final de la guerra civil, incluidos Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo.

Aún hoy, medio siglo más tarde, la reflexión abierta por el PCI sigue siendo motivo de análisis. Los herederos del pensamiento de Antonio Gramsci abrieron la caja de Pandora al reconocer la imposibilidad de realizar la revolución socialista en los países capitalistas, al renunciar a la tutela soviética, al poner sobre la mesa el hecho inapelable de que la izquierda estaba lejos de ostentar la hegemonía cultural. La decisión de Enrico Berlinguer, secretario general a partir de 1972, de sentar al partido frente al espejo de la realidad y de renunciar a los eslóganes de antaño impregnó a toda la izquierda, fuese o no comunista, y puso los cimientos del compromiso histórico, que Longo nunca apoyó y que frustró el asesinato de Aldo Moro (1978).

Un asunto interno

Al volver sobre los sucesos de hace 50 años adquiere especial relevancia la hipótesis desarrollada por el historiador y activista Tariq Ali, integrante del comité editorial de la 'New Left Review': la contención de los países occidentales durante la crisis se debió en gran parte a su temor a que un eventual éxito de la reforma checa pusiera en discusión su modelo social. Resulta más convencional, y quizá más cercana a lo sucedido entonces, la versión según la cual el presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, en el ocaso de su mandato, se atuvo a las reglas del juego y entendió que el caso checo era un asunto interno del bloque del Este; entendió que una actitud más militante, entrañaba demasiados riesgos en plena efervescencia de la guerra de Vietnam. Este era el sistema de pesas y medidas de la guerra fría.

LOS PROTAGONISTAS

Jirina Siklova

Socióloga (1935)

Depurada por reformista

Militante comunista desde su juventud, estudió Historia y Filosofía y emprendió una brillante carrera académica como socióloga, con una dedicación especial en los estudios de género en su país y en otras sociedades del Este. Fue una figura destacada de la facción comunista que apoyó a Alexander Dubcek, y abandonó el partido a raíz de la intervención soviética. Perdió su puesto en la universidad, trabajó de conserje y luego de trabajadora social en un hospital. En 1981 pasó por la cárcel y fue detenida con frecuencia en tanto que una de las impulsoras de la ‘Carta 77’, promovida entre otros por Vaclav Havel. En sus trabajos en la clandestinidad o publicados en el extranjero acuñó la expresión ‘zona gris’ para referirse a la colaboración entre los disidentes y los comunistas reformistas encuadrados en el partido.

Milan Kundera

Escritor (1929)

Desposeído de la nacionalidad

Hijo del pianista y musicólogo Ludvik Kundera, creció en un ambiente culto y abierto a la innovación. Como muchos otros intelectuales de su generación, la democratización impulsada por Alexander Dubcek aguzó su espíritu crítico y la revisión del socialismo real, tan presente en las páginas de la revista ‘Literarni Noviny’, que llegó a vender 300.000 ejemplares. En ‘La broma’ (1968) retrata con ironía la lógica de los regímenes totalitarios y en ‘La insoportable levedad del ser’ (1984), su novela más vendida, la peripecia nacional de Checoslovaquia. Se exilió en Francia en 1975, fue desposeído de la nacionalidad checa en 1979 y dos años después adquirió la francesa. En ‘El libro de la risa y el olvido’ (1978) ha dejado escrito: «La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido».

Gustav Husak

Político (1913-1991)

Piloto de la ‘normalización’ del país

Militante comunista desde 1933, estudió Derecho, formó parte de la resistencia contra la ocupación alemana, pero después de la guerra fue víctima de una de las últimas purgas stalinistas: juzgado y condenado a cadena perpetua, salió de la cárcel a raíz de la apertura que siguió al 20º congreso del PCUS. Combatió al presidente Antonin Novotny, apoyó las primeras iniciativas de Alexander Dubcek, pero a raíz de la intervención soviética se puso al frente de la llamada ‘normalización’. En 1969 fue nombrado secretario general del Partido Comunista y en 1975 sucedió en la presidencia del país a Ludvik Svoboda. Allí permaneció hasta el 10 de diciembre del año 1989, superado por los acontecimientos que siguieron a la caída del Muro de Berlín (9 de noviembre de 1989).

Alexander Dubcek

Político (1921-1992)

Condenado al ostracismo

Ingresó en el Partido Comunista checoslovaco durante la ocupación alemana del país. A partir de 1949 ocupó cargos de responsabilidad en el partido, estudio Derecho y entre 1955 y 1958 asistió a la escuela de cuadros en Moscú. El anquilosamiento político, la crisis económica y el ‘diktat’ soviético le llevaron a encabezar la corriente reformista del partido hasta alcanzar la secretaría general el 5 de enero de 1968, de la que desplazó al stalinista Antonin Novotny. La intervención del Pacto de Varsovia en agosto del mismo año le condenó al ostracismo -acabó de agente forestal-, aunque no cejó en su empeño renovador. En 1989 fue acogido como un héroe en Praga y ocupó la presidencia del Parlamento. Murió en un accidente de coche poco antes de la división de su país en dos estados.