La candidata del Frente Nacional, Marine Le Pen, habló de “un resultado histórico” cuando pasadas las 21.00 horas apareció en el pabellón François Mitterrand de Hénin-Beamont, su feudo del norte, para valorar la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas que la sitúan frente al centrista Emmanuel Macron el próximo 7 de mayo. A priori, con escasas posibilidades de victoria para la líder ultraderechista.

Los simpatizantes estallaron en una sonada ovación, agitaron banderas, cantaron la Marsellesa y hasta bebieron champán, pero no mucho. La alegría que decían sentir cuando se les preguntaba por el desenlace de la jornada daba paso enseguida al cabreo o, simplemente, al realismo.

“¡Los franceses se quejan de cinco años catastróficos y votan otra vez por lo mismo!”, se lamentaba Mario, un exconsejero empresarial jubilado de 71 años. El enfado no le cabía en el cuerpo a Marie Thérèse, una aguerrida militante frontista de 79 años. “Macron es el hijo espiritual de Hollande, seguirá sus consignas y eso será peligroso”, advertía.

Con el 90% escrutado, la candidata del Frente Nacional habría logrado el 22,07% de los votos, por detrás del exministro de Economía de François Hollande, con el 23,5%.

El duelo promete ser un enfrentamiento feroz entre dos visiones del mundo diametralmente opuestas y Le Pen esbozó ya su próxima estrategia. Al erigirse en la “candidata del pueblo” frente a la “mundialización salvaje” intenta atraerse al electorado del izquierdista Jean-Luc Mélenchon. Y al prometer una “alternancia fundamental” quiere seducir a los del conservador François Fillon.

DESREGULACIÓN Y FRONTERAS

Los electores tendrán que elegir en la segunda vuelta entre la “desregulación total, sin fronteras y sin protección” y “las fronteras que protegen empleos, poder adquisitivo e identidad nacional”.

Su discurso fue breve y su mensaje, claro: “Lo que está en juego es la supervivencia de Francia”, proclamó.

Bajo las luces azules de la gran sala habilitada para la 'soirée' electoral algunos se arrancaron a bailar al ritmo de Village People. Otros se animaron a hacer la conga. Pero eran minoría.

En general los pocos que quedaron entre la nube de periodistas estaban sentados. “Espero que gane porque es la única mujer que no tiene miedo de nada”, sostenía, sin demasiado entusiasmo, Janique, de 40 años.

BLOQUE EN CONTRA

Quien mejor resumió el tono de la velada fue Sébastien, un vecino de Pas-de-Calais de 48 años. “Estoy muy contento, pero hay que ser realista. En la segunda vuelta la izquierda y la derecha se pondrán de acuerdo en nuestra contra. Dentro de cinco años, Marine ganará”.

Para llegar al Elíseo, el partido ultra fundado en 1972 por Jean-Marie Le Pen tropieza con un sistema electoral a dos vueltas que le frena el paso en la segunda. Además, lo tiene difícil para fraguar alianzas que le permitan ampliar su base electoral.

Es esta falta de reserva de votos la que deja al FN a las puertas del poder. Aunque sube cuatro puntos respecto al 2012, Marine Le Pen fracasa en su intento de liderar la carrera. Su padre, Jean-Marie Le Pen, no fue el único en criticar la campaña de la candidata ultra, que no ha logrado situar sus temas en el centro del debate.

Ha suavizado su mensaje sobre la salida del euro, ahora condicionada a la negociación y la celebración de un referéndum. Sin embargo, el islamismo radical y la inmigración sigue siendo ejes del discurso frontista.

IMAGEN CAMBIADA

La voluntad de querer cambiar la imagen del FN ha sido una de las marcas de su campaña. Igual que hace cinco años, ha optado por eliminar su apellido de los carteles electorales y presentarse simplemente con su nombre, menos connotado.

La llama tricolor del partido ha dado paso a una rosa azul, que abundaba entre los anillos, tazas y camisetas del puesto con el lema de ‘Marine Presidenta’ o ‘En nombre del pueblo’.