“Es mucho el tiempo pasado en el odio y la venganza”. El papa Francisco repitió esa exhortación de manera literal y a modo de parábola. En espacios cerrados y ante un millón de personas que fueron a escucharlo en el Parque Simón Bolívar a pesar de la lluvia, el Pontífice no dudó un solo momento en hacer valer el peso de su palabra y carisma en defensa del proceso de paz. “Quise venir hasta aquí para decirles que no están solos, que somos muchos los que queremos acompañarlos en este paso”, insistió. El respaldo al giro histórico que emprendió el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, un hombre que había participado de la más dura de las políticas contrainsurgentes junto con Álvaro Uribe y, al llegar al poder, decidió poner en juego su capital político en favor de la finalización del conflicto armado, fue inequívoco. A su modo, Santos ha sido el gran beneficiado de esta visita de Jorge Bergoglio en momentos que su popularidad tambalea.

“Que este esfuerzo nos haga huir de toda tentación de venganza y búsqueda de intereses solo particulares y a corto plazo. Cuanto más difícil es el camino que conduce a la paz y al entendimiento, más empeño hemos de poner en reconocer al otro, en sanar las heridas y construir puentes, en estrechar lazos y ayudarnos mutuamente”, dijo pocas horas antes de reunirse en Villavicencio con las víctimas de la violencia.

“La búsqueda de la paz es un trabajo siempre abierto, una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos”, señaló además ante el presidente en el Palacio San Martín, pero muchos entendieron en Bogotá que se estaba dirigiendo en especial a los impugnadores de los acuerdos alcanzados con las ex-Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Entre ellos no solo está la derecha que sigue a Uribe, sino también un sector conservador de la Iglesia Católica de ese país.

El Pontífice tuvo una reunión especial con los obispos colombianos. “Busquen con perseverancia la comunión entre ustedes. No se cansen de construirla a través del diálogo franco y fraterno, condenando como peste las agendas encubiertas. Sean premurosos en cumplir el primer paso, del uno para con el otro”, les pidió. También se hizo un tiempo para conversar con los prelados venezolanos.

En defensa de los explotados

Pero Bergoglio no solo alertó contra el peligro de revanchismos. Su agenda social estuvo presente en la masiva homilía y en el mensaje a los jóvenes. El Papa intervino en nombre de “los que son explotados y maltratados, aquellos que no tienen voz porque se les ha privado de ella o no se les ha dado, o no se les reconoce”. Por eso pidió a los más favorecidos “poner la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y marginados por la sociedad”, que “escuchen a los pobres, a los que sufren”. Llamó a mirarlos a los ojos y dejarse “interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes”.

La intensa gira del Pontífice de origen argentino ha conmocionado a Colombia de punta a punta. Un canto resume el estado de alborozo de una parte importante de la sociedad: “Francisco, hermano, ya eres colombiano”. La principal autoridad vaticana agradeció las muestras de cariño de un país con “multitudes anhelantes de una palabra de vida, que ilumine con su luz todos los esfuerzos y muestre el sentido y la belleza de la existencia humana”.

Colombia es una tierra “de inimaginable fecundidad, que podría dar frutos para todos”, dijo el Papa. Pero también, como en otras partes del planeta, ha observado “densas tinieblas que amenazan y destruyen la vida: las tinieblas de la injusticia y de la inequidad social; las tinieblas corruptoras de los intereses personales o grupales, que consumen de manera egoísta y desaforada lo que está destinado para el bienestar de todos; las tinieblas del irrespeto por la vida humana que siega a diario la existencia de tantos inocentes, cuya sangre clama al cielo; las tinieblas de la sed de venganza y del odio que mancha con sangre humana las manos de quienes se toman la justicia por su cuenta; las tinieblas de quienes se vuelven insensibles ante el dolor de tantas víctimas”.

El Cristo mutilado

En Villavicencio, a 123 kilómetros de la capital, lo esperan con el “Cristo mutilado”, una representación de Jesús que perdió piernas y brazos después de que una bomba estallara en medio de una incursión de las FARC en la que murieron 79 personas. Los hechos del 2 de mayo del 2002 ponen a prueba la eficacia de los llamados a la reconciliación. Antes de encontrarse con aquellos que perdieron hijos, esposos, compañeras, hermanos o hermanas, de mirar a los ojos a los heridos y expulsados de sus tierras, les pidió a los feligreses que “recen por mí, yo soy muy vulnerable”. El Papa les hizo saber que no puede solo con sus plegarias.